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martes, 19 de enero de 2010

Yáñez-Barnuevo como síntoma







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Yáñez-Barnuevo como síntomaAutor y Ciudad:
Michel Suárez, Madrid
Imagen de artículo:

Artículo:
Cuando Fidel y Raúl Castro ordenaron en 1996 derribar dos avionetas civiles norteamericanas, no pretendían detener las incursiones aéreas de organizaciones anticastristas, sino boicotear la distensión que entonces proyectaba el presidente Bill Clinton. Y, evidentemente, lo lograron. La aprobación de la Ley Helms-Burton, que endureció el embargo, y el caso del niño Elián, unos años más tarde, devinieron la panacea universal para el castrismo.

En términos similares podría leerse la expulsión de Cuba del eurodiputado Luis Yáñez-Barnuevo. Es cierto que el socialista es una de las voces más coherentes del PSOE en relación con el tema cubano, pero su notorio posicionamiento político sobrepasa la epidermis del problema.

A un régimen cuyo combustible proviene del campo de la confrontación, le importan los apoyos y las críticas de la comunidad internacional. Pero, sobre todo, le interesa usar a propios y extraños, según el momento y la situación.

La expulsión de Yáñez-Barnuevo no ha sido más que una chispa para descarrilar el proceso de "normalización" de relaciones iniciado por el canciller español Miguel Ángel Moratinos. Podría no ser la única. De otro modo no se entienden las reacciones castristas contra sus principales valedores europeos.

¿Le interesa realmente a La Habana la eliminación de la Posición Común de la UE? Sí y no. Para el régimen cubano constituiría el anhelado fin de los vestigios aznaristas en la política de la Unión.

La rectificación europea sólo sería homologable con el mea culpa entonado por la OEA, el año pasado, cuando se arrepintió de haber sancionado a Cuba en 1962. A los Castro no les interesa someterse al escrutinio de la OEA, sin embargo disfrutaron la fabulosa decisión; tampoco ambicionan demasiado unas excelentes relaciones con Europa (salvo para que fluyan los préstamos), pero están dispuestos a presentar la derogación como otra "victoria" del régimen, ante una perpleja ciudadanía que espera mejores señales del mundo.

En teoría, el "acuerdo bilateral sobre derechos humanos" que plantea Moratinos para sustituir la Posición Común, debería suponer un dilema para el régimen de la Isla. Sin embargo, acostumbrados a usar en otros menesteres la Declaración Universal de los Derechos Humanos (suscrita por Cuba desde 1948) y los Pactos de la ONU sobre derechos económicos, políticos y sociales (firmados recientemente), los jerarcas habaneros sabrían muy bien qué hacer con la propuesta española.

En resumen, a La Habana le conviene el mantenimiento del statu quo, y para ello echará mano a las expulsiones o a cualquier otra argucia que lo mantenga. Se ha visto recientemente, con la detención en la Isla de un norteamericano al que se le acusa de distribuir celulares y computadoras entre la población. Así —y con ruidos e insultos— ha respondido el castrismo terminal a las aún tímidas reformas de Obama. A Zapatero, mientras tanto, le ha "regalado" en Día de Reyes la expulsión de un partidario.

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