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sábado, 12 de junio de 2010
El comentario del día. Por Ibis García Alonso.
.… se me hace tan difícil comprar todo lo que teñido de esperanza viene de Cuba. Me ocurre lo mismo que cuando entro al supermercado a realizar la compra del mes. Ambas cosas me aturden. Y como en ambos casos me cuesta tanto descubrir la trampa entre la oferta y la demanda, hace ya unos cuantos meses decidí poner mi pensamiento y mis esperanzas únicamente en los que están sufriendo vejaciones en las mazmorras castristas y en aquellas mujeres a las que atropellan todos los domingos ante los ojos del mundo: los prisioneros políticos y las Damas de Blanco. Del resto, tengo mis reservas. Y mis reservas son eso: mis reservas.
En Cuba, ya lo sabemos, la dictadura arremete con brutalidad contra todo aquel que osa levantar su voz. Por lo tanto, si sólo por estar fuera de Cuba la opinión de un exiliado es de “segunda”, deberían tomarse como de “cuarta” las opiniones de los que estando dentro de ella andan como la Pavita Pechugona: meneando la colita sin que le toquen una sola de sus plumas. Pero no. ¡Un milagro! ¡Aleluya!
Llevo años recriminándome por no haber luchado por mis derechos cuando estuve dentro de Cuba; recriminándome no haber luchado por la libertad de Cuba cuando estaba allí, en mi país. ¿Por qué no luché? Por miedo. Y no me avergüenza decirlo. Lo admito. Incluso, un día llegué a sentir miedo a levantarme sin sentir miedo. Y tuve miedo a no sentir miedo precisamente porque era consciente de que mi voz sería evaporada como mismo se evapora el rocío de la mañana: así, sin que nadie lo advierta. No era hijita de papá, no era militar, nunca fui del partido ni de la juventud comunista… En fin, que no sería ni siquiera “disidente”. No era opositora —porque la oposición en Cuba no existe—, era, simplemente, Nadie.
Ahora, para mi asombro, lo que hasta hace unos años pensé que un día atentaría contra la credibilidad de mis opiniones —ser hijita de un comandante, militante del partido o de la juventud comunista, ser militar— pues hoy, efectivamente, atenta contra la credibilidad de mis opiniones. ¡Mira tú, pero al revés! Y me explico. Si estando en Cuba yo hubiese sido militar, hoy mi opinión estaría por encima de las opiniones de mis víctimas; si hubiese sido la hijita de un comandante, hoy sería la mediática, distinguida e intocable oveja negra que se alejó de su rebaño familiar para ponerse al “servicio” de la familia cubana toda; si yo hubiese sido militante comunista, hoy sería disidente. ¡Qué cosas tiene la vida, eh! Incluso, si en vez de “quedarme” en el extranjero hubiese decidido regresar a Cuba para relatar, como si de un partido de fútbol se tratara, todo lo que de sobra conocemos: la miseria íntima, moral y material en la que los Castro han sumido a la sociedad cubana, pues hoy sería “bloguera”. Sí, sería bloguera y mi conexión a internet me la pagaría el exilio cubano que tan necesitado está de esa suerte de placebo con el que todos paliamos la mea culpa que nos martiriza dada la idea fija de no haber hecho nada cuando estuvimos dentro de Cuba. Y sí hicimos: irnos. Romper con la mentira de tajo es una decisión muy difícil. Yo la tomé. Muchos la tomamos. No hay por qué subestimarse. De un tiempo a esta parte, sólo me permito subestimarme cuando pienso en los verdaderos héroes cubanos. Sí, aquéllos que están tras las rejas castristas y no en sus casas con conexión a Internet o acceso a twitter y facebook. Hace poco me preguntaban mi opinión sobre quién pensaba yo podría ser el futuro presidente de una Cuba libre. No lo sé —respondí—, sólo sé que ese hombre ahora mismo está siendo torturado en una cárcel castrista. Ay, pero cuántos “idealistas fallidos” ahora mismo se sienten los presidentes de la futura República Democrática de Cuba. Candidatos tenemos de sobra. Así de enmarañada va la cosa. Y últimamente hasta el lenguaje les juega a favor: de victimarios a víctimas, o a idealistas fallidos; de idealistas fallidos a héroes. ¡Qué horror! Total, que por no haber claudicado en mis valores perdí a mi familia, mi país, la credibilidad de mis opiniones y continúo siendo Nadie. Me lo tenía merecido. Por no enviar mi currículum a la espeluznante bolsa de empleo que genera la lucha contra la dictadura castrista, debo trabajar de sol a sol en el exilio (que no es ni exilio, porque ni documentos tengo) para pagarme el techo que me cobija, el pan que me como y mi conexión a internet. ¡Me lo tenía merecido! Lo asumo. Pero precisamente por asumirlo es que no quiero que me vendan más frustraciones. Me rehúso a comprarlas. ¡No más ofertas!…
Ibis García Alonso.
(del blog de Zoé Valdés)
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