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sábado, 26 de diciembre de 2009
Represión y mezquindad
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By ALEJANDRO ARMENGOL
Para mantenerse en el poder día tras día, hasta el momento Fidel y Raúl Castro sólo requieren de un equipo médico atento y un sistema de seguridad eficiente. Pero para perpetuarse les es necesario además sustentar una justificación ideológica. Durante décadas, la política fue la razón de ser del Estado cubano, el desprecio a la economía y los proyectos faraónicos. Ahora todo ha entrado en una dimensión más miserable.
Basta comparar lo que fue la etapa épica de la lucha para reafirmar el proceso revolucionario, con lo que simbolizan esos actos de repudio contra mujeres que sólo reclaman la libertad de sus familiares encarcelados injustamente.
El gobierno de La Habana podrá argumentar que en todos los casos se encuentra detrás el ``imperialismo yanqui'', pero resulta ridículo, además de lamentable, el encerrar en una prisión de máxima seguridad a un norteamericano que repartía computadoras y teléfonos. La solución en este caso hubiera sido bien simple: montarlo en un avión de regreso a Estados Unidos. Pero no, el régimen de Raúl Castro necesita ese prisionero para enviarle el mensaje a Washington de que no tolerará esfuerzo alguno a favor de incrementar la sociedad civil.
Lo que llama la atención es que mientras el espectro amplio del sector más inconforme con la realidad cubana se transforma de acuerdo a las características de la sociedad actual, la represión continúa anquilosada en sus formas más burdas. En última instancia, el ``recurso perfecto'' para acallar cualquier voz independiente en Cuba son los actos de repudio.
Curiosamente, ese mismo gobierno exige sin cesar que cinco condenados por espionaje en Miami sean liberados.
Tacañería de un Estado que no admite la menor manifestación de independencia, donde la función opositora ha evolucionado de un enfrentamiento radical al desacuerdo, la disidencia y la simple búsqueda de una vida propia, sin que se permita la menor apertura de un espacio político. Mientras los métodos represivos cambian de tácticas --detenciones por varias horas, advertencias--, el mecanismo de terror se mantiene inalterable.
La renuencia del gobierno cubano a ceder en lo más mínimo frente a las presiones internacionales, se ha mantenido sin alterarse. La política de liberar a algunos enfermos no permite la menor esperanza. Ante el más leve temor de amenaza, el régimen cierra filas. El terror es el único instrumento en que confía. La turba que ahora golpea y veja se apoya en el policía listo para encarcelar y en el tribunal sin decoro que condena la decencia.
Una y otra vez, el acto de repudio se utiliza con el mismo objetivo: no sólo es sembrar el miedo, también es crear el desaliento. Los argumentos son gastados, los recursos son viejos, pero la vida es una sola. Estas actividades son la cara más turbia de un monstruo con varias cabezas, y no deben verse de forma aislada. A ellas se une una campaña de descrédito por numerosos medios. Alimenta la desconfianza, porque el gobierno sabe que ésta es un freno a la hora de dar un paso al frente. Quieren ponerlo todo en blanco y negro, pero al mismo tiempo confundir los límites. ¿Hasta dónde se puede llegar? ¿Qué crítica es permitida? Lo mejor es quedarse tranquilo.
La Habana vuelve con la cantaleta de que los blogueros, disidentes y opositores pacíficos están al servicio de Estados Unidos. No porque intente convencer a nadie, sino porque sabe que es el camino más seguro para reforzar la intimidación: una acusación que recuerda castigos anteriores. No teme la repulsa internacional porque sabe que los gobiernos responden a intereses y no a ideales.
Al intensificar la represión, el régimen no sólo quiere acabar con la esperanza de un cambio dentro de la isla. Le preocupa también los cambios que cada vez con mayor fuerza se vienen promoviendo en Washington, los avances en los esfuerzos que buscan establecer una vía de trato con el gobierno de La Habana que no esté fundamentada en una retórica de confrontación. Ve como enemigos no sólo a los opositores conocidos, sino también a quienes de momento le manifiestan la fidelidad más absoluta. Sabe que ésta se vería erosionada con una mayor cercanía entre la isla y Estados Unidos.
La confrontación ideológica ha quedado reducida a las ``reflexiones'' del ``Compañero Fidel'', y el mayor efecto que éste produce en la isla es el de servir de rémora ante cualquier posibilidad de cambio.
Hasta el momento, Raúl Castro ha limitado las definiciones ideológicas al mantenimiento del statu quo, y a utilizar en sus discursos el argumento de la ``legitimidad de origen'' (el triunfo en 1959) para justificar la permanencia en el poder. Contrasta ello con su fama de gobernante pragmático, ya que este pragmatismo llevaría a fundamentar su mandato en una ``legitimidad de ejercicio'', la cual tendría que ser definida por alcanzar cierta prosperidad.
Pero desechadas las esperanzas de una mejora sustancial del nivel de vida de los cubanos a corto plazo, con la justificación siempre a mano de la crisis internacional y el azote de varios huracanes, Cuba sigue esgrimiendo el argumento de plaza sitiada. Para ello tiene que apelar al espejismo de una retórica de confrontación, que prescinde de la palabra y la idea para limitarse al insulto y el golpe. La ideología reducida a la gritería callejera y una actitud soez.
aarmengol@herald.com
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