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lunes, 24 de mayo de 2010

El precio de la negociación entre el clero y el régimen




La mejor solución para la oposición y Raúl Castro

Análisis:Miguel A. Murado (La Voz de Galicia)

Más que «aceptar» la mediación de la Iglesia cubana, el opositor Guillermo Fariñas se ha resignado a ella. No ha podido reprimir algún resquemor, como recordarle a la Comisión Episcopal que no ofició misa alguna por Orlando Zapata, el preso muerto en huelga de hambre, mientras que sí celebró una por la salud de Fidel Castro. Durante su propia huelga de hambre, Fariñas no ha dejado de recibir visitas de sacerdotes, enviados por su madre, que le pedían que depusiese su actitud.
Que ahora la Iglesia inicie conversaciones con el Gobierno tiene que ser, para él, un revés más que otra cosa. La técnica de la huelga de hambre consiste justamente en no ofrecer ninguna otra salida al Estado que la claudicación o la culpa. Pero la Iglesia se ha ganado la confianza de las Damas de Blanco (ha logrado que puedan manifestarse sin estorbos en Cuba) y el realismo parece destinado a imponerse. Ese realismo dice que la oposición cubana no consigue crear una red de solidaridad suficientemente sólida o amplia. No tiene, pues, más remedio que aprovechar la estructura de la Iglesia católica, limitada pero ahora reconocida por el Gobierno.
Para Raúl Castro también es la mejor solución. La Iglesia, cuya influencia el castrismo intentó erradicar en los años sesenta y setenta, ofrece al régimen el atractivo de su conservadurismo y su discreción, muy alejadas de la confrontación que plantea Fariñas. Es más o menos lo que ha estado haciendo hasta ahora en la Embajada de España (que también ha intentado que Fariñas deje su huelga de hambre): sustituir a la disidencia en el proceso de diálogo para poder así amoldarse a los tiempos que marca el régimen.
El éxito de la negociación habrá que juzgarlo por sus resultados; pero es posible que se logre, al menos, la excarcelación de los presos más enfermos (una docena más o menos). El régimen no lo vería como una claudicación: ya lo hizo con Óscar Espinosa en el 2004 y con otros antes. De paso, esto prácticamente obligaría a Fariñas a abandonar su huelga.
Sin embargo, nada indica por el momento que junto a estas medidas de gracia vaya a ir aparejada una negociación política.
Más bien, si hay que juzgar por los frutos cosechados por la estrategia española de apaciguamiento, cabe esperar que no.

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