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lunes, 22 de marzo de 2010

EMBAJADOR CUBANO EN MÉXICO AMENAZA AL SENADO MEXICANO






El Gobierno mexicano se precia de no intervenir en los asuntos internos de otros países. El gobierno cubano interviene, de la manera que mejor le parezca o que se le presente, en los asuntos internos de cualquier país.



Las embajadas cubanas en ningún caso lo son; es decir, no son cubanas y por tanto no están dedicadas para los cubanos de cualquier filiación política que se hallen en el extranjero. Sólo se ocupan de aquellos que manifiesta o solapadamente aúpen a la tiranía castrista. Si un cubano exiliado, y por tanto discrepante de la dictadura, por ejemplo, muere en el extranjero, la embajada no lo reconoce como hijo legítimo de la Isla; sus amigos y los posibles familiares tienen que encargarse de las gestiones pertinentes. Tampoco las embajadas castristas se encargan de representar a "ese tipo de cubanos" cuando a éstos se les presenta un percance legal o cuando son víctimas de cualquier violación o delito en el país en que se halle; en este caso el hijo de Martí se queda solo.


La mayoría de las embajadas de Fidel Castro –y no serán todas porque en algunos sitios les ponen cierto freno– se hallan repletas de promotores del comunismo castrista que se infiltran en cuanta institución sea posible para captar adeptos y mentir con toda precisión acerca de las bondades del régimen que Allá padecen los cubanos.

La ciudad de México quizá sea uno de los ejemplos más ilustradores de lo anterior. Aquí los representantes de Castro campean por su respeto: organizan ferias del libro, conferencias, bailes, eventos cinematográficos, etcétera, con la anuencia de las autoridades del Gobierno capitalino. Muchas de las personas que aquí trabajan en estas instituciones creen que la excluyente embajada de Fidel Castro es la embajada Cubana, "con todos y para el bien de todos", como diría el Apóstol, como debería ser.

El Gobierno de México, a lo largo de cinco décadas, ha sido muy condescendiente con la representación diplomática de Fidel Castro y muy condescendiente en fin con la dictadura castrista.

Hoy, en el Senado de los Estados Unidos Mexicanos se atiende una propuesta de un diputado para pedir la excarcelación de los presos políticos que se están pudriendo en las mazmorras de la tiranía, y de los cuales, dicho sea de paso, nada sabemos; ¿estarán vivos o casi muertos?, ¿los alimentarán bien?, ¿atenderán su salud como es debido? Nada sabemos porque el dueño de la finca –recuerden que Raúl Castro no es más que el hermano del Hermano– no permite que organización internacional alguna los visite ni, claro, aparece en la única prensa que existe en la Isla, la castrista, información sobre ellos.

El Gobierno mexicano se precia de no intervenir en los asuntos internos de otros países. El gobierno cubano interviene, de la manera que mejor le parezca o que se le presente, en los asuntos internos de cualquier país. Si el Gobierno o el Senado mexicano, o ambos, no expresan en esta oportunidad su opinión sobre la muerte del disidente político Orlando Zapata Tamayo y a la vez exigen la liberación de los presos políticos, podríamos pensar que en un futuro las autoridades mexicanas harían lo mismo con sus ciudadanos sobre la base de que el desgobierno cubano no emitiría opinión.

Claro, lo anterior le sirve a todos los Estados y Parlamentos de Latinoamérica, que algunos ya se han manifestado, y a otros les ha faltado el valor –¿por qué será?– para hacerlo. Ponemos aparte, claro, a los gobernantes ahijados de Fidel Castro que están de acuerdo con que los hombres que no tienen otra vía para protestar, se inmolen.

Fidel Castro está rabioso: ha pedido a su embajador particular en México que advierta al Congreso mexicano que si aprueba la iniciativa de pedir la liberación de los presos políticos, esto puede incidir negativamente en las relaciones entre nuestros dos países. La pregunta: ¿acaso no es una interferencia en los asuntos internos de otro país enviar semejante carta, semejante amenaza a su Congreso? Hay que ver hasta dónde llega la insolencia de Fidel Castro y sus diplomáticos o diplomados.
Ahora, le corresponde al Senado mexicano demostrar, como dicen aquí, de qué está hecho. Tengan la seguridad, señores Senadores, que con la carta del amanuense antillano se les ha presentado una oportunidad invaluable: demostrar que sólo los cobardes ceden ante las amenazas de un sátrapa. Piénsenlo bien, por favor.

Cuba Libre Digital

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