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domingo, 29 de mayo de 2011
EL VATICANO CAMBIA LA CARA DE LA IGLESIA CUBANA.Por Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
Con dos milenios de experiencia, la diplomacia vaticana es la más eficiente del mundo. Cambia de actores y de procedimientos según las demandas de los tiempos. Las que nunca han cambiado han sido sus metas. Sus metas tradicionales han sido la promoción de sus intereses y la preservación de su influencia, aún a costa de ignorar muchas veces su sagrada misión pastoral. La historia es tan rica en ejemplos—entre los que destacan la hostilidad hacia nuestros mambises y el silencio ante el holocausto judío—que no caeremos en la tentación de enumerarlos para no desviarnos del tema central de este trabajo.
Ese tema no es otro que la resurrección del Padre José Conrado Rodríguez como vocero de la Iglesia Católica Cubana en la lucha por la libertad y los derechos humanos en nuestra patria. Este es el mismo sacerdote que, en febrero del 2009, dirigió una carta a Raúl Castro donde le dijo: “Tenemos que tener la enorme valentía de reconocer que en nuestra patria hay una violación constante y no justificable de los derechos humanos”. Y mas adelante le recuerda la frase de Martí a Máximo Gómez, donde el primero le dijo al segundo: “No se funda un pueblo, general, como se manda un campamento”.
¡Bravo este curita de pueblo que sacó la cara para salvar la honra de una jerarquía minada en parte por la corrupción y por la cobardía! Valiente y elocuente documento de un patriota de cuerpo entero guiado seguramente por el espíritu del Padre Varela y las enseñanzas de su mentor y maestro el Arzobispo Pedro Meurice. Su premio, como el de Varela, el destierro de la patria de sus amores y el regaño de la curia romana. Porque este fue un destierro que no podemos achacar a los Castro sino al Vaticano. Su justa rebeldía era anatema para una Iglesia empecinada en preservar privilegios y sus declaraciones ponían en peligro la gestión siempre apaciguadora del Cardenal Ortega.
El mismo Jaime Ortega que, a pesar de haber sido víctima y testigo de las humillaciones y los horrores de la UMAP, ha ignorado la opresión de su pueblo y optado por ponerse al servicio de los tiranos durante los 30 años de su desempeño como Arzobispo de la Habana. El mismo Ortega que no se acordó de los presos políticos hasta que no se lo ordenó la tiranía en un circo mediático encaminado a ganar apoyo internacional para el régimen, a neutralizar el heroísmo de nuestros opositores internos y a debilitar el testimonio de rebeldía de nuestras Damas de Blanco.
El mismo Ortega que pidió a la nación que rezara por la recuperación del “presidente Castro”, cuando el tiranosaurio se hallaba al borde de la tumba y el pueblo vislumbraba ya su añorado amanecer de libertad. El mismo Ortega que mantuvo estrecho contacto con los socialistas españoles apologistas de los Castro, visitó el Departamento de Estado en Washington e intercedió recientemente ante la Unión Europea como mensajero y promotor de la satrapía que martiriza a nuestro pueblo.
Quienes conocemos la naturaleza diabólica del comunismo y hemos sufrido las tentaciones, intimidaciones y traiciones que conlleva una larga vida no podemos evitar hacernos dos preguntas para las que nadie, hasta ahora, ha tenido respuestas. ¿Qué le debe Ortega al régimen o que le sabe el régimen a Ortega para que este hombre de Dios haya olvidado su obligación de pastor y se haya arrodillado por más de treinta años ante los hijos del Diablo? ¿Ha actuado Ortega por iniciativa propia o siguiendo instrucciones del Vaticano? Me temo que las respuestas a estas preguntas tendrán que esperar a un cambio de régimen y a las revelaciones que, en su momento, nos harán los archivos de la Seguridad del Estado.
Mientras tanto, y para desgracia y dolor de los católicos cubanos, Ortega no ha estado solo en su elogio y apoyo al régimen comunista. Respondiendo a presiones del régimen fue clausurada la Revista Vitral fundada por el Obispo de Pinar del Río José Siro González y dirigida por Dagoberto Valdés. En un gesto de acercamiento a la tiranía el Vaticano mandó a la Habana a su Secretario de Estado, Tarsicio Bertone, quién tuvo el descaro de pedir el levantamiento del “bloqueo” norteamericano sin mencionar siquiera el drama de nuestros presos políticos o las violaciones de los derechos humanos.
Y el Beato Juan Pablo II, el Papa que se enfrentó a los comunistas en su nativa Polonia, no mostró la misma energía para enfrentarse a los comunistas que oprimen al pueblo de Cuba. En el avión que lo conducía a Cuba el 21 de enero de 1998, en conversación informal con los periodistas y consultado respecto de su pensamiento sobre el Che Guevara, el Papa dijo textualmente: "Se encuentra ante el Tribunal del Señor, de Dios. Dejemos a Él, al Señor nuestro, el juicio sobre sus méritos. Ciertamente, yo estoy convencido de que quería servir a los pobres".
Ahora bien, en los trece años transcurridos desde esas declaraciones las cosas han cambiado de manera radical en el mundo y, por ende, en el infierno de los hermanos Castro. A nivel nacional, la inmolación de Orlando Zapata y la valiente denuncia de su madre Reina Luisa Tamayo, la lucha heroica de las Damas de Blanco, la fragilidad del tiranosaurio mayor, la incapacidad de los nuevos jerarcas y el peligro de una juventud que parece haber perdido el miedo.
A nivel global, las rebeliones frente a otras tiranías, la renuencia de las izquierdas a ser identificadas con la satrapía cubana y el avance de los medios sociales de comunicación. Todo indica que el régimen se derrumba bajo el peso de sus ineptitudes y de sus injusticias. Y la curia romana se apresura a abandonar el barco y a cambiar la cara que la representa en la Habana. Sacan por la puerta trasera al aristócrata Jaime Ortega nombrándolo para un alto cargo en la Comisión Pontificia para América Latina y entran por la puerta grande al curita mambí José Conrado Rodríguez con el objeto de reclamar para la Iglesia un lugar en el banquete de nuestra cercana liberación.
Y todo se ha hecho con la elegancia y la destreza de la diplomacia vaticana. Enviaron a José Conrado a un prolongado periplo de tres meses que lo llevó al Vaticano, a Polonia, a Lituania, a España y a los Estados Unidos, con la obligatoria escala en Miami, hervidero de frustración y antagonismo hacia la inercia de la jerarquía eclesiástica cubana. Y, una vez en Miami, ningún medio más indicado que el Miami Herald para presentar sus credenciales.
En una entrevista exclusiva para ese diario, que aparece reproducida en este número de La Nueva Nación, hace críticas veladas a la conducta del Cardenal Ortega. Mostró, por ejemplo, inconformidad con el procedimiento de excarcelación con destierro para muchos presos del Grupo de los 75. Y ya en una forma directa dijo que el reciente espacio ganado por la Iglesia solo sirve “para decir cosas que no afectan al régimen”.
Aquel que crea que estas declaraciones son un error o una temeridad de un joven sacerdote no conoce la disciplina casi militar a la que están sujetos los miembros del clero. José Conrado está actuando con el estímulo o por lo menos el consentimiento expreso de la curia romana que ahora lo contempla como su tabla de salvación ante el naufragio que se avecina del régimen que hasta ayer fuera su aliado por pura razón de intereses. La Iglesia Cubana ya tiene una nueva cara y su nombre es Jose Conrado Rodríguez. ¡Que Dios lo ilumine para mayor gloria de nuestra Iglesia y de nuestra patria!
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