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lunes, 3 de octubre de 2011
Apuntes del cautiverio XVIII.Por Pablo Pacheco Avila
Violación de la correspondencia II
Por Pablo Pacheco Avila
En una guerra de nervios transcurrió la mañana entre los militares y nosotros. Ellos pasaban frente a nuestras celdas, pero no preguntaban los motivos de nuestra abstinencia de alimentos.
A la hora del almuerzo, volvimos a rechazar el rancho y, en honor a la verdad, de ser otra nuestra posición lo habríamos devorado con rapidez. Ese día se esmeraron los cocineros y los funcionarios de logística de “Agüica”. Nos sirvieron potaje de frijoles negros, arroz blanco, pollo frito, un boniato hervido, dulce de arroz con leche y un pedazo de pan. Era la comida más digna de un ser humano y con más cantidad que nos habían servido en 6 meses de encierro.
No puedo negar que la boca se me hizo agua, pero comprendí al instante que todo era un montaje de los militares para vulnerar nuestro estado psicológico. Por suerte, los reos comunes se percataron de la maniobra y sólo el reo común que no había sido convocado a la huelga aceptó la comida. Después de permanecer casi tres horas las bandejas servidas en el piso frente a nuestras celdas, éstas fueron retiradas intactas.
A las 4:30 de la tarde nos sirvieron la comida, y ésta parecía tan apetitosa como la anterior, pero la tentación no pudo más que el deseo de exigir respeto por nuestros derechos.
Dos horas después, el Jefe del destacamento, llamado Ricardo, y otro F.O.I se personaron en “La Polaca” y le indicaron a Manuel Ubals que se vistiera para un encuentro con el consejo de dirección y el capitán de la policía política, Porfirio Peñate. Los militares fueron sacando a cada uno de nosotros y prometiendo la solución de nuestras demandas, pero pedían que apenas llegáramos a nuestros respectivos calabozos debíamos comenzar a comer.
En realidad, nuestro interés era que se solucionaran las peticiones que hacíamos, entre las que se destacaban la inviolabilidad de la correspondencia, recibir la prensa, libros, asistencia médica y estomatológica adecuada y que el reeducador visitara “La Polaca”, aunque fuera tres veces por semana, pues sólo lo veíamos una vez en éste periodo. Ésta última demanda fue propuesta por los reclusos comunes. A los presos políticos nos interesaba poco ver al jefe del destacamento, pues sabíamos que no estaba en sus manos resolver nuestras exigencias y así se lo hicimos saber en las entrevistas al oficial de la policía y demás militares del consejo de dirección y en presencia del propio Ricardo Martínez.
A medida que iban llegando mis compañeros de infortunio a la celda, comenzaban a ingerir los alimentos, era el acuerdo al que habíamos llegado si lográbamos que aceptaran nuestras demandas y así fue.
Pasada las 8:00 de la noche vinieron por mí. Lejos estaba de imaginar el desenlace en el que me vi envuelto. Por alguna razón, me tildaron de líder de la revuelta y fui el último en ser entrevistado.
Pablo Pacheco Avila
ex-preso de la primavera negra del 2003
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