octubre 12, 2015
Daniela Sarmiento, 61 años, ha
agotado todas las opciones legales con instituciones del Estado para
tramitar una nueva vivienda. Reside con sus tres hijos en una casa
agrietada que debido a los derrumbes parciales de techos y paredes pone sus vidas en peligro.
"Desde 1988, a raíz de la construcción de un refugio antiaéreo que construyó el Gobierno en la cercanía de mi casa, se dañaron los cimientos. Por acá han pasado especialistas de todo tipo. Evalúan de inhabitable la vivienda, pero nadie resuelve nada. Le he escrito cartas al presidente del país, la Asamblea Nacional y las Fuerzas Armadas. Pero mi caso sigue sin solución", señala.
Cuando usted le cuenta que hay grupos disidentes que pueden asesorarla, la mujer abre los ojos y dice: "¿Pero qué pueden resolver esa gente, (opositores) si ellos son tan víctimas como nosotros?".
En El Calvario, un villorrio de calles polvorientas y casas bajas al sur de La Habana, la abogada disidente Laritza Diversent desde el otoño de 2010, gestiona una consultoría jurídica que atiende alrededor de 140 expedientes de personas humildes que han agotado todas las vías legales.
Debido a las anacrónicas leyes cubanas, Diversent y su grupo de juristas no pueden representar a sus defendidos. La única opción es asesorar.
"El 80% de los casos que atendemos son de personas que no son disidentes. Gente muy pobre que sienten que los tribunales o las instituciones estatales no los representan", señala Diversent sentada en la sala de su casa reconvertida en oficina. Excepto los colectivos de abogados independientes y unas pocas estrategias opositoras para conectar con el cubano de a pie, los líderes disidentes viven en otra dimensión.
La autocracia de Raúl Castro ha secuestrado los reclamos de la oposición, hábilmente. Las primeras facciones de activistas demócratas, surgidas a mediados de los años 70, reivindicaban espacios que discretamente el Gobierno verde olivo ha ido implementando.
No fue en una sesión del monocorde parlamento cubano, en un editorial del periódico Granma o en un debate sindical, donde se reclamó la apertura de nichos de trabajo privado, acceso a internet, compra y venta de casas o autos, poder viajar al extranjero y la eliminación del apartheid turístico.
Fueron los opositores pacíficos y los periodistas independientes los que alzaron esas voces. En sus escritos y en documentos como "La Patria es de todos". Por exigir aperturas y cambios políticos, cientos de disidentes, comunicadores alternativos y activistas de Derechos Humanos han ido a la cárcel o al exilio, entre ellos los 75 de la Primavera Negra de 2003.
Muchas de esas demandas hoy forman parte del paquete que el Gobierno del general Raúl Castro vende como "actualización del modelo económico cubano", anotándose un triunfo político al presentarse como reformista.
Los méritos incuestionables de la disidencia en Cuba no se pueden soslayar. Es una proeza ser opositor en una sociedad totalitaria donde se reprime a quienes piensan diferente y no tienen espacio legal para desempeñar su labor.
Ellos pudieron ser apacibles abuelos, padres o madres que leen al mediodía la aburrida prensa nacional y cuidan de sus hijos o nietos. Pero el valor de disentir en una sociedad autocrática no los exime de ser juzgados por su incompetencia.
¿Por qué –le pregunté a un vecino que todas las mañanas se queja del estado de cosas en Cuba– no se enrola usted en un grupo opositor?
"Aparte del miedo, yo siento que la disidencia no cubre mis expectativas. No los veo charlando con la gente de la comunidad para conocer sus problemas. No tienen una estrategia que ponga al Gobierno contra la pared, sólo hacen denuncias de represión, que pueden ser importantes, pero lo que afecta a todos los cubanos, pensemos como pensemos, es la baja calidad de vida, una infraestructura caótica y ver de qué manera resolvemos la comida del día. Las libertades políticas son primordiales, pero no se comen", confiesa.
En esa misma cuerda piensa Yamil, un taxista habanero. "Creo que están más para el show mediático que para comunicarse con los cubanos de a pie, que somos los más jo... La mayoría ni siquiera trabaja. El 90% de la gente en Cuba coincide con los reclamos disidentes, pero ellos no han sabido ganarse a las personas. Su trabajo no va en esa dirección".
Raudel, estudiante universitario, hace una comparación: "Tú ves en la calle a denominaciones religiosas, como los Testigos de Jehová que son perseguidos por el Gobierno, haciendo proselitismo casa por casa. La disidencia se limita a reunirse, hacer discursos y viajar al extranjero".
En los últimos 25 años, excepto el Proyecto Varela, de Oswaldo Payá Sardiñas, que logró 11.000 firmas ciudadanas, las estrategias disidentes no cuentan con apoyo popular. El excesivo protagonismo de algunos tampoco ayuda.
Cada líder opositor gestiona sus proyectos como si fueran de su propiedad. La falta de transparencia, la intolerancia y los chanchullos los condenan a tener un magro desempeño.
Ocho de cada diez cubanos quieren cambios y no solo económicos. La gente también desea más libertades. Pero no son muchos los opositores que están por la labor de atenderlos. Es una tarea ingrata caminar bajo el sol y sin reconocimiento público.
Pero esa labor silenciosa es la que suma partidarios. Cuando sean capaces de convocar a una marcha con 10.000 personas el régimen los tomará en cuenta.
No hay que convencer a Estados Unidos ni a la Unión Europea del desastre económico y la falta de libertades en Cuba. Es a los vecinos a quienes hay que decirles que una sociedad libre y desarrollada depende de ellos.
"Desde 1988, a raíz de la construcción de un refugio antiaéreo que construyó el Gobierno en la cercanía de mi casa, se dañaron los cimientos. Por acá han pasado especialistas de todo tipo. Evalúan de inhabitable la vivienda, pero nadie resuelve nada. Le he escrito cartas al presidente del país, la Asamblea Nacional y las Fuerzas Armadas. Pero mi caso sigue sin solución", señala.
Cuando usted le cuenta que hay grupos disidentes que pueden asesorarla, la mujer abre los ojos y dice: "¿Pero qué pueden resolver esa gente, (opositores) si ellos son tan víctimas como nosotros?".
En El Calvario, un villorrio de calles polvorientas y casas bajas al sur de La Habana, la abogada disidente Laritza Diversent desde el otoño de 2010, gestiona una consultoría jurídica que atiende alrededor de 140 expedientes de personas humildes que han agotado todas las vías legales.
Debido a las anacrónicas leyes cubanas, Diversent y su grupo de juristas no pueden representar a sus defendidos. La única opción es asesorar.
"El 80% de los casos que atendemos son de personas que no son disidentes. Gente muy pobre que sienten que los tribunales o las instituciones estatales no los representan", señala Diversent sentada en la sala de su casa reconvertida en oficina. Excepto los colectivos de abogados independientes y unas pocas estrategias opositoras para conectar con el cubano de a pie, los líderes disidentes viven en otra dimensión.
La autocracia de Raúl Castro ha secuestrado los reclamos de la oposición, hábilmente. Las primeras facciones de activistas demócratas, surgidas a mediados de los años 70, reivindicaban espacios que discretamente el Gobierno verde olivo ha ido implementando.
No fue en una sesión del monocorde parlamento cubano, en un editorial del periódico Granma o en un debate sindical, donde se reclamó la apertura de nichos de trabajo privado, acceso a internet, compra y venta de casas o autos, poder viajar al extranjero y la eliminación del apartheid turístico.
Fueron los opositores pacíficos y los periodistas independientes los que alzaron esas voces. En sus escritos y en documentos como "La Patria es de todos". Por exigir aperturas y cambios políticos, cientos de disidentes, comunicadores alternativos y activistas de Derechos Humanos han ido a la cárcel o al exilio, entre ellos los 75 de la Primavera Negra de 2003.
Muchas de esas demandas hoy forman parte del paquete que el Gobierno del general Raúl Castro vende como "actualización del modelo económico cubano", anotándose un triunfo político al presentarse como reformista.
Los méritos incuestionables de la disidencia en Cuba no se pueden soslayar. Es una proeza ser opositor en una sociedad totalitaria donde se reprime a quienes piensan diferente y no tienen espacio legal para desempeñar su labor.
Ellos pudieron ser apacibles abuelos, padres o madres que leen al mediodía la aburrida prensa nacional y cuidan de sus hijos o nietos. Pero el valor de disentir en una sociedad autocrática no los exime de ser juzgados por su incompetencia.
¿Por qué –le pregunté a un vecino que todas las mañanas se queja del estado de cosas en Cuba– no se enrola usted en un grupo opositor?
"Aparte del miedo, yo siento que la disidencia no cubre mis expectativas. No los veo charlando con la gente de la comunidad para conocer sus problemas. No tienen una estrategia que ponga al Gobierno contra la pared, sólo hacen denuncias de represión, que pueden ser importantes, pero lo que afecta a todos los cubanos, pensemos como pensemos, es la baja calidad de vida, una infraestructura caótica y ver de qué manera resolvemos la comida del día. Las libertades políticas son primordiales, pero no se comen", confiesa.
En esa misma cuerda piensa Yamil, un taxista habanero. "Creo que están más para el show mediático que para comunicarse con los cubanos de a pie, que somos los más jo... La mayoría ni siquiera trabaja. El 90% de la gente en Cuba coincide con los reclamos disidentes, pero ellos no han sabido ganarse a las personas. Su trabajo no va en esa dirección".
Raudel, estudiante universitario, hace una comparación: "Tú ves en la calle a denominaciones religiosas, como los Testigos de Jehová que son perseguidos por el Gobierno, haciendo proselitismo casa por casa. La disidencia se limita a reunirse, hacer discursos y viajar al extranjero".
En los últimos 25 años, excepto el Proyecto Varela, de Oswaldo Payá Sardiñas, que logró 11.000 firmas ciudadanas, las estrategias disidentes no cuentan con apoyo popular. El excesivo protagonismo de algunos tampoco ayuda.
Cada líder opositor gestiona sus proyectos como si fueran de su propiedad. La falta de transparencia, la intolerancia y los chanchullos los condenan a tener un magro desempeño.
Ocho de cada diez cubanos quieren cambios y no solo económicos. La gente también desea más libertades. Pero no son muchos los opositores que están por la labor de atenderlos. Es una tarea ingrata caminar bajo el sol y sin reconocimiento público.
Pero esa labor silenciosa es la que suma partidarios. Cuando sean capaces de convocar a una marcha con 10.000 personas el régimen los tomará en cuenta.
No hay que convencer a Estados Unidos ni a la Unión Europea del desastre económico y la falta de libertades en Cuba. Es a los vecinos a quienes hay que decirles que una sociedad libre y desarrollada depende de ellos.
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