El combate de San Pedro
La muerte de Antonio Maceo, es
una de las acciones de guerra más estudiada y discutida de la
historia de Cuba.
Si bien es cierto que, de modo
imperdonable, el campamento del mayor general fue sorprendido
por la guerrilla de Peral -vanguardia de una columna española
al mando del comandante Cirujeda-, quien llegó a neutralizar
las avanzadas cubanas, el coronel Juan Delgado y
Alberto Rodríguez, al mando de cerca de 40 soldados, los
detuvieron e hicieron volver en busca del amparo de la
infantería.
La
irrupción del enemigo en pleno campamento mambí encolerizó a
Maceo, quien despertó al escuchar el estampido del fuego de
los fusileros, y, según la carta que envió el Dr. Zertucha
al mayor general
Máximo Gómez, el 12 de
septiembre de 1899: "... Ensilló él mismo su caballo, tarea
que nunca confió a nadie, y ordenó que buscasen a un corneta
que llamara a las fuerzas cubanas a concentrarse para el
contraataque. Pero el corneta no apareció".
Los jefes y oficiales pasaron
de la defensa del campamento a la contraofensiva, acompañados
por otros combatientes. El Lugarteniente General tomó el mando
con la rapidez y energía que le caracterizó siempre. Por ello,
con celeridad los peninsulares sufrían 28 bajas. En su
retirada se defendieron tras una cerca de piedra que
serpenteaba el límite oeste del campamento y que zigzagueaba
el callejón que conducía desde Corralillo a Punta Brava. Desde
allí hacían un nutrido fuego sobre las fuerzas mambisas que
habían reforzado la línea de fuego y el Mayor General quiso
desalojar al enemigo y obligarlos a salir hacia un potrero
cercano. Esta acción fracasó y los cubanos fueron
inmovilizados. Se creó entonces una situación táctica muy
grave para los mambises con un armamento que no les permitía
entablar un combate de posiciones.
Maceo tuvo la alternativa de la
retirada, pero se empeñó en derrotar al enemigo.
Magnífico en su caballo,
machete en alto, galopó hacia el lugar que podía decidir el
combate para las armas cubanas, y para ello volvió por el
camino antes andado, cruzó un portillo de piedra que permitía
el paso a un cuartón pequeño, que terminaba por el norte en
una cerca de alambres que le impedía atravesar un palmar y un
manigual, para llegar a la cerca de piedras, donde se habían
hecho fuertes las atemorizadas tropas enemigas.
Esperaba el general Maceo que
fuera derribado el obstáculo que representaba la cerca de
alambre, expuesto al nutrido fuego de línea proveniente de la
cerca de piedras, situada a unos 80 metros más o menos, cuando
dijo al brigadier Miró: "Esto va bien".
El testimonio del doctor
Zertucha, citado anteriormente, explica:
"Apenas hubo acabado de decir
el General Maceo las anteriores palabras, cayó por el lado
izquierdo de su caballo como herido de un rayo lanzando su
machete hacia adelante a considerable distancia. Tras él caí
yo: lo encontré sin conocimiento; un arroyo de sangre negra
salía por una herida que tenía al lado derecho de la mandíbula
inferior, a dos centímetros de la sínfisis mentoniana.
Introduje un dedo en su boca y encontré que estaba fracturada
la mandíbula.
"Su estado general indicaba a
primera vista la gravedad. La algidez, el síncope, el pulso
nulo y la palidez que aumentaba hasta el extremo de estar su
rostro desconocido, me indicaba había sido herido y que la
muerte era cercana. A los dos minutos a lo más tarde de ser
herido, murió en mis brazos y con él cayó para siempre la
bandera."
El mayor general Antonio Maceo
Grajales, lugarteniente general del Ejercito Libertador, jefe
del Contingente Invasor, el cubano humilde que batió las más
selectas tropas y generales del Ejercito colonial, había sido
herido de muerte. El proyectil penetró por el lado derecho de
la cara, rompió la carótida y salió por la parte izquierda del
cuello. Tras desplomarse, lo incorporaron de nuevo sobre su
montura y es alcanzado entonces en el tórax por otro impacto,
bala que también mata al caballo que arrastra a Maceo al
suelo.
Es nutrido el fuego enemigo.
Quienes intentaron ayudarlo resultaron heridos y otros
salieron de la zona desmoronados moralmente. El cuerpo de
Antonio Maceo quedó solo en aquellos matorrales batidos por la
fusilería española.
Panchito, su ayudante, hijo del
Generalísimo Máximo Gómez, que no participó en la acción de
San Pedro por encontrarse herido, al conocer la suerte de su
jefe, partió solo, con un brazo en cabestrillo y prácticamente
desarmado, hacia el lugar del hecho. En un gesto supremo de
devoción y lealtad fue a morir junto al General. Resultó
blanco fácil de las balas adversarias. Lo hirieron dos veces y
trató de suicidarse, pero antes quiso dejar una nota a sus
padres y hermanos. No terminó de escribirla. Indefenso, lo
remataron con ensañamiento los guerrilleros a machetazos.
Sobre la muerte de Antonio Maceo
El cataclismo
de San Pedro
° Repercusión por la caída del General
Antonio ° Su velorio casi desconocido
°
Hasta Weyler y Primo de Rivera...
Ningún
terremoto político fue mayor por esas fechas. Sus ondas expansivas se
sintieron en todos aquellos lares en que
la emigración cubana laboraba y ansiaba la Patria libre y soberana: en los Estados Unidos,
en México, Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras, Costa Rica, Panamá,
Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Chile, Argentina, Jamaica, Haití y
Dominicana.
Mas, los
efectos telúricos no se limitaron a la dimensión latinoamericana: llegaron más
distantes, mucho más lejos: hasta España, en la que voces como la de Marcelino
Domingo y Emilio Castelar, por ejemplo, aplastaron la bajeza de los no pocos
que celebraron la caída del Héroe en Punta Brava; a Francia, donde fueron
notorios los reconocimientos al prócer cubano por parte del panfletario Henri
Rochefort, o del eminente novelista Paul Adam (autor de La fuerza del Mal y de
Vestidos encarnados), o de otros distinguidos de las letras, como Lucién
Descoves y Henri Baüer; hasta Italia, en la que políticos, hombres de letras y
gentes sencillas hicieron la
Apoteosis a Maceo; a Inglaterra, Austria, Inglaterra y
Escandinavias; hasta Kiev (Ucrania), cuya prensa reflejó la caída gloriosa de
Maceo, y hasta el mundo hebreo, con los versos que el gran poeta Moris
Rosenfeld tituló A la muerte de Maceo, como homenaje a nuestro ilustrísimo
compatriota.
REACCION EN EL
EPICENTRO
Pero si
impresionante fue la repercusión en el exterior - que aquí sólo reflejamos muy
sucintamente -, conmovedor resulta el modo como se expresó, incluso en los más
íntimos apuntes - y, por eso mismo, en las formas más sinceras - el sentimiento
mambí por el infausto suceso.
El coronel Fermín
Valdés Domínguez, en su hipercrítico Diario de Soldado, recuerda los días de
incertidumbre alrededor del fatal evento de Punta Brava: “No hay noticias
oficiales del combate de San Pedro. En los campamentos sucesivos se llena el
ambiente de comentarios y rumores. Un halo de dolorosa amargura flota sobre
todos”.
En otra parte
de la geografía mambisa, las dudas y esperanzas se mezclan en el ex secretario
particular y ex ayudante de Maceo, el capitán Juan Maspóns Franco, que escribió
a un amigo: “El Gobierno piensa como nosotros con respecto a Maceo. Yo creo que
no ha muerto. Tengo grandes esperanzas que ese coloso viva para Cuba, hoy que
es cuando más falta hace.”
Sin embargo de
tales anhelos, la verdad terrible cayó sobre el campo rebelde, cual lo revela
en su Diario de Campaña, el general Juan Eligio Ducasse, desde las montañas
pinareñas: “Leímos en los periódicos del día [¿?]
la muerte del valiente e inolvidable General Maceo [...]”
EL VELORIO
CASI DESCONOCIDO DEL GENERAL ANTONIO
Después de
mucho derroche de heroísmo, de patriotismo y lealtad personal, los cuerpos
inertes del Lugarteniente General del Ejército Libertador y de sus ayudantes,
teniente coronel Alfredo Jústiz Franco y capitán Francisco Gómez Toro, fueron
llevados hasta un sitio donde había una casa en ruina, para velarlos por más de
dos horas, según lo relata en sus memorias el general Manuel Piedra Martel:
“Alguien trajo
[...] algunas velas de cera de confección campesina, que fueron encendidas unas
tras otras, adheridas a los horcones de la mencionada ruina, a guisa de
palmatorias.
!Qué cuadro
aquél tan triste y desconsolador. La oscuridad era completa fuera del reducido
espacio semialumbrado [...] y en éste nos agrupábamos todos, y todos teníamos
más sombras en el alma que las que [...[ el cielo derramaba sobre la tierra.
Cada uno procuraba contemplar desde lo más cerca posible, y por vez postrera,
el cuerpo inanimado del glorioso y querido jefe [...[ Muchos hombres lloraban,
algunos convulsivamente. Yo contenía con fuerza la mandíbula para no dejar escapar
los gemidos que me salían de la garganta, y levantaba desmesuradamente los
párpados para orear y ocultar las lágrimas que furtivas y en silencio brotaban
de mis ojos.”
Pasadas las 9
de la noche, y e absoluto secreto, por muy pocos conocido, enterraron los
cadáveres de los tres héroes caídos aquel fatídico 7 de Diciembre.
Confirmado el
suceso, el 28 de mismo mes, el Cuartel General, bajo la firma del General en
Jefe Máximo Gómez y de su jefe de Estado Mayor, general José Rogelio Castillo
Zúñiga - el verdadero redactor del documento - dictó Orden General, en la cual
se decretó diez días de luto, y que rezaba: “La Patria llora la pérdida de
uno de sus más esforzados defensores; Cuba, el más glorioso de sus hijos, y el
Ejército, al primero de sus generales.”
De aquellas
jornadas aciagas, escribió el coronel Manuel Sanguily: “En mí sentí como si el
mundo se hubiera sumido por siempre en las tinieblas, y la causa sagrada de mi
existencia [la independencia y la libertad de Cuba] hubiera perecido en un
naufragio poderoso.”
El general
Lacret Morlot, desde el 18 de diciembre lo tenía por cierto, y ese día escribió
a su hermana Ana: “Habrás sabido la muerte de Maceo. Cuba pierde [a[ uno de sus
mejores generales y yo [a[ uno de mis mejores amigos.”
Un joven de
familia habanera de rancio abolengo, el teniente coronel Eduardo Rosell
Malpica, en la íntima relación de su Diario de Campaña, anotó: “Cada vez que
pienso [que] es cierta la noticia de la muerte de Antonio Maceo se me cae el
alma a los pies. Sufro la misma sensación que si hubiera perdido [a[ una
persona de mi familia [...[ La tristeza es de todos, y más acentuada todavía,
como es natural, en la gente de color, el general Lacret lloró y los demás
desolados y afligidos por la pérdida del general”.
El brigadier
Vicente Pujals Punte, a a su vez, descargó en la escritura privada de su Diario
de Campaña, la amargura de aquel terrible acontecimiento: “[...[ Yo en mi
particular y como amigo y compañero de la Revolución pasada, quería y apreciaba de todo
corazón a Antonio Maceo, pues siempre me trataba con la mayor deferencia y
cariño, siendo objeto de toda su confianza, siempre que se sobre nuestra
independencia, en lo cual estuvimos de acuerdo cuando él creía que ya era
tiempo de trabajar por nuestra causa; él era inteligente y todos sus actos los
realizaba con el mayor civismo y cordura. Su muerte no se apartará jamás de mi
memoria, ni se borrará jamás de mi corazón.”
Otro
coterráneo y compañero del 68, Mayía Rodríguez, al expresar su pesar por la
caída de Maceo, a María Cabrales, apuntó:
“!Ah! El
destino insensato ha derribado el coloso sobra la tierra que a su paso
estremecía con el fragor de sus triunfos. !Ya no hay Antonio Maceo!. Cuba ha
perdido a su más valeroso paladín: la libertad [a[ su más poderoso guerrero, la
victoria, su Dios.
“! Cómo están
llorando nuestros soldados. A mí también me abruma, más que crueles lágrimas,
el recuerdo de la campaña heroica en que admiré toda la sublimidad de Antonio
Maceo[...]”
Coincidente
con tal aprecio, son las conocidas palabras del general Gómez, en su pésame a
María Cabrales, en las que dijo: “Con la desaparición de ese hombre
extraordinario, pierde Ud el dulce compañero
de su vida, pierdo yo el más ilustre y al más bravo de mis amigos y
pierde en fin el Ejército Libertador a la figura más excelsa [más elevada, más
eminente] de la
Revolución.
“Ha muerto el general Antonio Maceo en el
apogeo de una gloria que hombre alguno alcanzó mayor sobre la tierra, y con su
caída en el seno de la inmortalidad, lega a su patria un nombre que por sí sólo
bastaría, ante el resto de la
Humanidad, para salvarla del horroroso estigma de los pueblos
oprimidos.”
Su más
enconado enemigo de la última contienda, el capitán general Valeriano Weyler,
al enterarse de la muerte del gran cubano, declaró públicamente:”[...] es la pérdida más grande que puede haber sufrido la
revolución, porque era un hombre valiente, batallador, incansable, tenaz y
resumía otras cualidades de las que carecían todos los demás caudillos, incluso
Máximo Gómez, que está viejo y enfermo.”
“El más grande
de los generales españoles nacidos en Cuba”, lo llamó el general peninsular
Primo de Rivera, en 1925, fustigando a un conferencista que sólo mencionó a
Maceo, sin valoración alguna.
Otro español,
un apreciable español, el señor Wal Insua - muy distante en catadura moral de
los dos anteriores - consideró que “Maceo, como Máximo Gómez, en la contienda
contra España, son dos figuras colosales que están obligados a admirar los
cubanos y españoles.”, y un cubano grande y sabio, José M. Cortina, en acto de
pura justicia, reclamó de los cubanos que el recuerdo eterno de Antonio Maceo
Grajales “sea el decálogo [los mandamientos[ de todos los deberes que a todo
cubano impongan el patriotismo y el honor.”
Y bien estuvo
al decirlo, porque - habidas las cuentas - fueron sus lemas de siempre: !La Patria ante todo!, !Todo
por Cuba!.
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