Francisco: ¿revolucionario o estratega mediático?
El Papa es un maestro a la hora de envolver sus perlas dentro de un esmerado lenguaje de piedad y de misericordia cristiana
MIAMI, Estados Unidos – A los homosexuales cubanos que aspiran a constituir legalmente una familia con sus parejas, hijos adoptivos incluidos, y a las mujeres que han abortado o contemplan la eventualidad de abortar si fuese necesario, quizá no les convenzan del todo las declaraciones del Papa Francisco ante tales asuntos, a pesar del gran revuelo mediático que están provocando por estos días.
Claro, que si tenemos en cuenta la actitud histórica de la Iglesia Católica, no queda otro remedio que aceptar como revolucionario lo expresado por el actual Papa al respecto. Pero a otra conclusión, bien distinta, podríamos arribar quizá cuando nos adentramos en la esencia de sus palabras.
En cuanto a la postura tradicionalmente machista y misógina de la Iglesia, ni siquiera haría falta escarbar mucho. El Papa Francisco aboga por una mayor implicación de las mujeres católicas, pero ha rechazado en público que puedan ejercer el sacerdocio. Literalmente, dijo que “esa puerta está cerrada”.
Y sobre el aborto en concreto, es cierto que acaba de sentar un precedente histórico al autorizar a los sacerdotes para que perdonen a las mujeres que lo han practicado; pero tal concesión es bien limitada, pues sólo tendrá vigencia durante el llamado Jubileo de la Misericordia, o sea, entre el próximo 8 de diciembre y el 20 de noviembre de 2016. Por lo demás, la orden deja intacta la posición intolerante, implacable y retrógrada de la Iglesia, según la cual el aborto es un pecado grave –sin excepciones–, que los sacerdotes sólo pueden absolver por determinación de un obispo o del Sumo Pontífice. Ahora mismo, al emitir esta orden, el Papa Francisco tuvo a bien aclarar que únicamente está destinada a las mujeres que lo practicaron y que estén dispuestas a reconocerlo como un pecado, del cual se declaran arrepentidas de corazón y resueltas a pedir perdón.
En el caso de la homosexualidad, tal vez resulte más compleja –aunque no por ello menos reveladora– la actitud de Francisco. Sus primeras declaraciones públicas como Papa datan de julio de 2013, cuando, a muy pocos meses de haber asumido la dirección del Vaticano, visitó Brasil, el país con mayor número de católicos a nivel de todo el mundo. Ante la insistencia de la prensa, manifestó entonces algo que es muy citado en estos días por los medios, pero fragmentariamente y hasta un tanto fuera de contexto: “Si una persona es gay y busca a Dios, y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”.
Es su frase tan repetida ahora, pero sin que nadie se detenga a analizar cómo conceptualiza el Papa la “buena voluntad” de los homosexuales. ¿Qué tipo de diferencia contempla él entre un homosexual con “buena voluntad” y otro que no la tenga? No obstante, todavía más serio es que, al citar esta frase, nadie aclare que Francisco se estaba refiriendo al caso concreto de los sacerdotes católicos y en el contexto de uno de los más sonados escándalos que ha sufrido la Iglesia de Roma en los últimos tiempos, relacionado con el muy poderoso lobby gay que existía –y existe– dentro del Vaticano, y cuyos oscuros manejos causaron en gran medida la renuncia del Papa anterior, Benedicto XVI. Por cierto, sobre este caso, Francisco completó la frase tan citada hoy, al concluir. “Si una persona ha pecado y después se convierte, el Señor la perdona y eso se olvida”. ¿Qué estaba reconociendo? ¿Que la homosexualidad es un pecado, o que sólo pecaron los homosexuales del lobby del Vaticano al conspirar contra su dirigente supremo, siendo este un pecado por lo cual debían perdonarles?
Donde Francisco sí parece haber expresado muy claramente lo que piensa sobre los homosexuales, en general, y particularmente sobre la posibilidad de que éstos se unan en matrimonio, tal vez sea en una carta que escribiera poco tiempo antes de que lo nombrasen Papa y que ahora mismo puede ser consultada en el sitio Aleteia.org. En esa carta, que dirigiera al Director del Departamento de Laicos de la Conferencia Episcopal Argentina, en el año 2010, cuando todavía era el cardenal Jorge Bergoglio, expresa él, literalmente, que el matrimonio gay significa “un real y grave retroceso antropológico”.
Desde luego que el Papa Francisco es un maestro a la hora de envolver sus perlas dentro de un esmerado lenguaje de piedad y de misericordia cristiana. Sus discursos suelen ser muy parecidos a los de los políticos, que inmediatamente después de decir “digo”, corrigen para decir “Diego”.
Sólo que, en su caso, es preciso afrontar el discurso con prevención, pues al menor descuido te dejas ganar por la dulzura de las palabras y por la aparente radicalidad de los juicios que éstas contraen. A modo de ilustración, tal vez baste con el siguiente párrafo de la carta mencionada anteriormente: “No es lo mismo el matrimonio (conformado por varón y mujer) que la unión de dos personas del mismo sexo. Distinguir no es discriminar, sino respetar; diferenciar para discernir es valorar con propiedad, no discriminar. En un tiempo en que ponemos énfasis en la riqueza del pluralismo y la diversidad cultural y social, resulta una contradicción minimizar las diferencias humanas fundamentales. No es lo mismo un padre que una madre. No podemos enseñar a las futuras generaciones que es igual prepararse para desplegar un proyecto de familia asumiendo el compromiso de una relación estable entre varón y mujer que convivir con una persona del mismo sexo”.
A tenor de este lenguaje dulcemente enrevesado, el Papa Francisco hoy hace historia con pasos de siete leguas, gracias a los medios difusores de casi todo el mundo. Sólo falta por ver si la Iglesia Católica –con él al frente– avanzará a la misma velocidad de sus palabras, tratando de dejar atrás la rancia, reaccionaria y anticientífica posición que le ha caracterizado durante siglos, especialmente en lo referido al rechazo a las mujeres y a la condena contra los homosexuales, aun cuando muy posiblemente ninguna otra organización humana haya poseído jamás un mayor número de homosexuales entre sus huestes, desde el sacerdote de menor rango hasta los más egregios mandamases.
Nota de la redacción: El periodista independiente José Hugo Fernández reside en Cuba y se encuentra de visita en Estados Unidos
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