Los ponis itinerantes de Centro Habana
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-Dos ponis, un caballo blanco, bastante flaco, y un carretón es todo el
equipamiento de un trabajador por cuenta propia que ni siquiera tiene
licencia. Con tal material se desplaza desde algún punto de la periferia
de la capital –algún sitio rural, probablemente- para ganarse un extra.
Habitualmente, el hombre trabaja en el campo, pero el dinero que recibe
no le da para vivir.
Eso dice abiertamente al periodista, dando por supuesto que le comprenderá. Pero la conversación se tensa cuando el reportero explica que tal vez el improvisado “empresario” no está cumpliendo ciertas normativas básicas con el cuidado de los animales y con la higiene de la ciudad. Para la foto, el joven voltea el rostro.
En primer lugar, no debe utilizar niños como empleados. Eso es algo perseguido en todo el mundo. Luego, se podría buscar un problema por no tener licencia. La renta de equinos no está incluida entre las licencias aprobadas por la Oficina Nacional de Administración Tributaria (ONAT). Aunque no estaría mal que los particulares hicieran la competencia al Estado, el único autorizado a pasear niños en ponis, en parques de la capital, como se ha podido comprobar.
Tanto sus dos ponis como su caballo no llevan bolsas para recoger los excrementos. El coche no tiene alumbrado nocturno.
Sin embargo, parecen más factibles sus precios al lado de los del Historiador de la Ciudad. Eusebio Leal alquila sus caballos flacos a 10 dólares la vuelta. Éste cobra diez pesos (50 centavos de dólar) por el mismo trayecto. El precio por recorrido en poni (dos cuadras ida y vuelta) es de cinco pesos.
A Centro Habana en coche
El negocio itinerante de este joven puede desaparecer en cualquier momento. De hecho, pocos minutos después de que el periodista buscara información, ya no estaba visible. Tal vez lo había movido de barrio.
El paseo a caballo ocurría en San José entre Manrique y Belascoaín, en pleno corazón de La Habana. No estaría mal si las calles tuvieran un carril especial para ello, o, en su defecto, si hubiera conciencia y cortesía viales. No estaría mal si las calles estuvieran limpias, los animales bien alimentados y si ese medio de transporte encontrara justificación solo en el ocio. Pero sabemos que no es así.
Se trata de uno de los cientos de “negocios” efímeros que utilizan los cubanos para buscarse la vida, en un país donde las normativas no están puestas, precisamente, para favorecer el entorno. La imagen de unos niños trabajadores deja mucho que decir de Cuba.
José Antonio Sieres Ramallo/ Red Cubana de Comunicadores Comunitarios
LA HABANA, Cuba, enero, José Antonio Sieres Ramallo/ Eso dice abiertamente al periodista, dando por supuesto que le comprenderá. Pero la conversación se tensa cuando el reportero explica que tal vez el improvisado “empresario” no está cumpliendo ciertas normativas básicas con el cuidado de los animales y con la higiene de la ciudad. Para la foto, el joven voltea el rostro.
En primer lugar, no debe utilizar niños como empleados. Eso es algo perseguido en todo el mundo. Luego, se podría buscar un problema por no tener licencia. La renta de equinos no está incluida entre las licencias aprobadas por la Oficina Nacional de Administración Tributaria (ONAT). Aunque no estaría mal que los particulares hicieran la competencia al Estado, el único autorizado a pasear niños en ponis, en parques de la capital, como se ha podido comprobar.
Tanto sus dos ponis como su caballo no llevan bolsas para recoger los excrementos. El coche no tiene alumbrado nocturno.
Sin embargo, parecen más factibles sus precios al lado de los del Historiador de la Ciudad. Eusebio Leal alquila sus caballos flacos a 10 dólares la vuelta. Éste cobra diez pesos (50 centavos de dólar) por el mismo trayecto. El precio por recorrido en poni (dos cuadras ida y vuelta) es de cinco pesos.
A Centro Habana en coche
El negocio itinerante de este joven puede desaparecer en cualquier momento. De hecho, pocos minutos después de que el periodista buscara información, ya no estaba visible. Tal vez lo había movido de barrio.
El paseo a caballo ocurría en San José entre Manrique y Belascoaín, en pleno corazón de La Habana. No estaría mal si las calles tuvieran un carril especial para ello, o, en su defecto, si hubiera conciencia y cortesía viales. No estaría mal si las calles estuvieran limpias, los animales bien alimentados y si ese medio de transporte encontrara justificación solo en el ocio. Pero sabemos que no es así.
Se trata de uno de los cientos de “negocios” efímeros que utilizan los cubanos para buscarse la vida, en un país donde las normativas no están puestas, precisamente, para favorecer el entorno. La imagen de unos niños trabajadores deja mucho que decir de Cuba.
José Antonio Sieres Ramallo/ Red Cubana de Comunicadores Comunitarios
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