Por Iliana Curra*
Columnista Ex prisionera política cubana Miami Estados Unidos de América
Nadie los ve. Nadie sabe de ellos. Están presos pero, quizás, a muchos no les conmueve. No se trata de sentir lástima. Ni de llorar, ni de pedir auxilio. Ni de la compasión extrema para que crean en el sufrimiento ajeno. Se trata de algo mucho más simple, pero justo, que se llama solidaridad. No se trata de hablar de unos pocos, ni siquiera de decir cuántos son. La cifra no es importante. La cifra es fría, insubstancial y esquemática. Se trata de una realidad calculada. De una verdad sin fronteras que muchos no quieren oir. Todos son presos. No importa cuántos. Es irrelevante ya a estas alturas. Han habido miles, decenas de miles por tantos años y el mundo ha estado impasible. Democracias indiferentes y pueblos adormecidos con la farsa de un régimen donde "todos son iguales, pero unos son más iguales que otros". Pero ahí están. Encarcelados y pateados en un mundo tenebroso teniendo que sobrevivir entre reclusos comunes capaces de vender a su propia madre por tal de lograr su objetivo. Están encerrados, pero libres por dentro. Están condenados injustamente porque un desgobierno que dicta leyes arbitrarias y absurdas determina sus vidas. Los hace vivir en la oscuridad de una celda húmeda porque les teme. Les teme al valor que tuvieron para rebelarse. Las dictaduras detestan las rebeldías innatas de quienes no las toleran. Pero lo peor es la indolencia universal. Los que corean alabanzas a sus propias libertades, pero no a la de los demás. Pueblos y gobiernos que voltean el rostro para no ver la injusticia que se comete contra gente indefensa. No hay cargos de conciencia, ni preocupación por el prójimo. A nadie le importa. Ellos están ahí. Presos de la forma más indebida. Están ahí, sintiendo la indiferencia de muchos. Los mismos que chillan porque un poco de grasa cayó en un lago, pero no alzan su voz por la sangre que se derrama en un país como Cuba. Están ahí sin saber cuándo saldrán de su encierro porque no se someten a condiciones de nadie. Son invisibles. Andan y desandan entre galeras, calabozos o celdas. No importa el nombre que tenga el lugar donde son golpeados, vejados o violados por "mandantes" comunes que ya están "cumplidos", como dicen en su jerga presidiaria. Incorpóreos y sin nombres porque no son intelectuales, ni sabios, ni cultivados. Ni siquiera tienen firmas reconocidas. Ni son hijos de papá. Solamente son hijos de la amargura y la indiferencia. Son víctimas de un régimen cruel que practica con ellos el ensañamiento. Que vierte sobre sus vidas el odio que emana de su arruinada ideología, porque ese régimen nunca triunfó. Simplemente se impuso por la fuerza. Hoy liberan a uno, a dos, a tres o a 20. Es irrelevante. ¿Y los otros? Los que desde hace tantos años perdieron la cuenta de las patadas que han recibido, perdieron la cuenta de los días en celdas tapiadas sin ver el sol. Perdieron la cuenta de que viven, o sobreviven en un lugar llamado prisión. ¿Qué pasará con ellos? Hay quien espera hasta su ejecución, porque están pendientes de la pena de muerte. ¿Alguien los conoce? Son impalpables. Trasladados de cárcel en cárcel sin que nadie los vea, ni escuchen sus gritos ahogados en el silencio de la propia muerte. Ahí están, esperando que la indolencia se termine para que se acuerden de ellos. Para que los vean y escuchen. Para que también hagan por ellos. Mientras, seguirán los aplausos por haber liberado a unos pocos y continuará la observancia, no de las violaciones a los derechos humanos, sino de la construcción de hoteles y lugares turísticos para utilizar la mano de obra esclava que el desgobierno les proporciona sin que haya protestas, ni reclamaciones. A fin de cuentas el que se atreva a protestar, irá al silencio de una celda a recibir la indiferencia de aquéllos que sólo les importa cuidar su negocio. Serán los nuevos invisibles. Lo demás, a nadie le interesa.
*Iliana Curra es una ex prisionera política cubana.
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