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jueves, 23 de mayo de 2013
La Prostitución: de La Habana al Infierno
LA HABANA, Cuba, mayo,
www.cubanet.org
-En los últimos meses, el comercio de la prostitución en esta capital muestra un bajo perfil. La publicación en la prensa internacional de un reportaje sobre la detención de un canadiense con fotos y videos pornográficos de cubanas, desató los resortes represivos de las fuerzas del orden. Aunque no es la primera vez que imágenes de jóvenes cubanas se muestran ejerciendo la prostitución en la isla, en esta ocasión una redada combinada entre la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) y agentes vestidos de civil, ha puesto orden en ciertas zonas de tolerancia (no oficiales) de La Habana. Detenciones, actas de advertencias, deportación a las que son de otra región del país, así como el envío de las reincidentes hacia los centros de clasificación en espera del juicio, más la vigilancia constante de los sitios de comercio sexual ostentoso en la capital, han puesto freno al negocio. Natalí (no es su verdadero nombre), una de las habituales prostitutas que “hace la calle” por Obispo, me aseguró que la “lucha” está que arde, pues a la temporada baja del turismo, los abusos de su proxeneta y el acoso policial, hay que agregarle la competencia y el cierre de “El Putómetro”.
Denominado así de forma popular por ser el sitio de encuentro (abierto las 24 horas) de las trabajadoras del sexo, era el antiguo café Vista Alegre, ubicado en San Lázaro y Belascoaín, en Centro Habana, sitio donde el trovador Sindo Garay compuso una canción a la única leyenda del proxenetismo en Cuba: Alberto Yarini y Ponce de León. “No dejaron piedra sobre piedra. Lo demolieron todo. Dicen que por orden de Eusebio Leal para hacer no sé qué cosa. La cuestión es que las muchachitas de provincia y las habaneras de “bajo coste” que se quedaban ahí, ahora van para el Pain de París, al lado del Hotel Telégrafo”, aseguró. La realidad es que sitios frecuentados por las jineteras que trabajan a lo largo de la calle Obispo, como el bar de La Casa del Escabeche, El Bosque de Bologna, el parque Las Ruinas, La lluvia de Oro, el bar Maragoto (Hotel Florida), el Café París y La Mina, entre otros, están desiertos. En otras zonas de comercio sexual clandestino ubicadas en al Casco Histórico de La Habana Vieja, como el Bar Cabaña, La Dominica, el Mesón de la Flota, Los Marinos y el Bahía, los diversos cuerpos del orden han restringido de forma considerable la presencia de las jineteras.
Para nadie es secreto, y menos para las autoridades, que el comercio sexual genera una cadena de negocios ilegales que van desde el alquiler clandestino, la venta y consumo de drogas, el estupro y actos de violencia contra jóvenes que buscan cómo sobrevivir al fracaso revolucionario. Repartidas por zonas de acuerdo con su figura, edad, relaciones del proxeneta y otros artilugios para cazar a un extranjero, y eludir a la policía (a veces con dinero o favores sexuales), las jineteras cubanas se encuentran desprotegidas en una labor tan cuestionable como peligrosa. De acuerdo con Natalí, Yenni, Yamila y otras que aguardan porque la marea del acoso baje (siempre sucede igual, aseguran), lo peor que les puede pasar es contraer una enfermedad o que el proxeneta las explote y maltrate, como suele pasar en ocasiones, sin nadie a quien encomendarse. Según estas jóvenes, si difícil es afrontar la calle (acostarse con un hombre que no le interesa, sufrir humillaciones), malo es que a sus familiares les de lo mismo, y peor sentirse vacías, sin un trapo, un plato de comida, y sin otra oportunidad para superarlo que no sea a través de la prostitución. Para las autoridades cubanas la solución es reprimir, no elevar el nivel de opciones de la juventud para que no tenga que prostituirse. La negativa a reconocer que el fenómeno de la prostitución y sus secuelas va en ascenso, aumenta la posibilidad de que otras jóvenes se sumen al comercio sexual. Desde la publicación en Cuba de El caso Sandra, del periodista y escritor Luis Manuel García, el folleto Flores desechables, de la periodista Rosa Miriam Elizalde, y el libro Historias de Mujeres Públicas, de Tomás Fernández
Robaina, el tema de la prostitución se convirtió en tabú.
La prohibición de que se publicara la novela-testimonio Habana-Babilonia, de Amir Valle Ojeda, cinco años de investigación sobre los horrores del comercio sexual en Cuba, hace que se reproduzcan nuevas Lorna, Chabeli y Susy a la sombra de una revolución que prefiere desconocerlas. La historia de las mutilaciones, drogadicción, enfermedades y muerte de prostitutas de todos los niveles, Faraonas, Reinas y Carroñeras, como se les conoce en el argot marginal, es un escarnio para las autoridades del país
. vicmadomingues55@gmail.com
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