Raúl Castro no tiene legitimidad para hablar sobre la superación de la pobreza
La II Cumbre de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) fue clausurada por su presidente saliente, Raúl Castro, con un muy sentido discurso que concluyó con estas singulares palabras: “Expresamos también nuestra firme disposición de […] realizar esfuerzos para impulsar la equidad e inclusión social, erradicar la discriminación, las desigualdades, la marginación, las violaciones de los derechos humanos y las transgresiones al Estado de derecho”.
Raúl Castro, presidente de Cuba. (AP)
Raúl Castro, presidente de Cuba. (AP)
Francamente, no podemos entender cómo el dictador cubano (o toda su audiencia) pudieron mantener sus caras de seriedad mientras pronunciaba esta frase. Y es que si algún lugar en nuestra región es un ejemplo de pobreza, marginación, violaciones de derechos humanos y transgresiones al Estado de derecho ese es precisamente Cuba.
Empecemos por los derechos humanos. Días antes de la cumbre, como denunciaron diversas organizaciones, el gobierno se encargó de encarcelar a más de un centenar de opositores para evitar protestas que perturben la reunión. Algo que no extraña en Cuba, un país donde la libertad de pensamiento se esfuma gracias a la penalización de la disidencia, y donde abundan las acusaciones de tortura y ejecuciones extrajudiciales a opositores políticos. Acusaciones que, con la tranquilidad que debe dar más de medio siglo en el poder sin elecciones libres, la familia que gobierna la isla ya ni se esfuerza en desmentir.
Ahora sigamos con la prédica económica y social de Castro. El dictador cubano no perdió oportunidad en la cumbre para resaltar la igualdad lograda en su país y subrayar la necesidad de cambiar “el orden económico mundial” para erradicar la pobreza. Tenemos que reconocer que Cuba ha logrado, efectivamente, una notable igualdad entre sus ciudadanos: todos son igualmente pobres (sin contar, eso sí, a los dirigentes del partido castrista). El salario promedio de un cubano, que no se mueve hace años, se estima en US$25 mensuales. Y este país tiene uno de los ingresos per cápita más bajos en la región. Una realidad que, de hecho, puede que sea aun más dramática, pues el gobierno no cumple con estándares internacionales al momento de difundir las cifras sobre la economía de su país y desde hace años prefiere simplemente negarse a brindar información sobre sus porcentajes exactos de pobreza.
¿Esa es la sociedad “igualitaria” e “inclusiva” que propone Castro para el resto de Latinoamérica? Pues, francamente, el resto de presidentes presentes en la cumbre debió responderle con un “no gracias”, en vez de aplaudirlo al concluir su alocución.
Mucho mejor estaría Latinoamérica si, en cambio, sus países apostaran por un modelo como el peruano. Y es que en los últimos veinte años nuestra economía (relativamente) abierta ha logrado un éxito pocas veces visto por estos lares (que, dicho sea de paso, sería mayor de haberse eliminado las barreras que quedan). A comienzos de los noventa, luego de más de dos décadas de aplicar un modelo estatista que decía querer combatir las desigualdades (y que , al menos en los setenta, se inspiraba directamente en el camino de los Castro) teníamos un escandaloso 60% de la población en situación de pobreza. Ahora,después de dos décadas del camino contrario, hemos conseguido reducirla al 25,8%. De hecho, en estas últimas dos décadas el PBI per cápita peruano ha pasado de aproximadamente US$1.500 a US$6.700. Desde el 2003 los sueldos se han incrementado en alrededor de 7% anual. Y todo esto, al tiempo que hemos reducido nuestro nivel de desigualdad, conforme al coeficiente de Gini.
Por supuesto, ni siquiera es necesario mirar estas cifras para saber cuál es el modelo de desarrollo que conviene. Basta con ver cómo cada año miles de cubanos escapan de su país a la primera oportunidad, incluso a riesgo de enfrentar tiburones desde balsas hechas de llantas. O ver cómo es práctica usual en el gobierno de Castro que solo se le dé permiso de salida a los ciudadanos que dejan a sus familias en Cuba, como garantía de que regresarán. ¿Qué clase de lecciones pueden darse desde un Estado que prácticamente tiene que amarrar a sus habitantes a su territorio para que no escapen de él?
En 1962, Fidel Castro prometió que en 10 años Cuba tendría un nivel de vida más alto que cualquier otro país del mundo. Más de cincuenta años de fracaso de la revolución cubana después, su hermano sigue queriendo dar clases de desarrollo. El humor negro, sin duda, está en los genes de esta familia.
Fuente: El Comercio