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domingo, 2 de enero de 2011
Y Vivieron Felices, y Comieron Perdices
Podría pasar por una broma de pésimo gusto. Podría pasar por invención de un espíritu jocoso. Por desgracia, terrible desgracia, no lo es: el sitio donde el joven de 34 años llamado Alexander Otero, se encuentra en estas fotos es nada más y nada menos que el terreno que el Órgano Popular de la Vivienda en Granma le otorgó para construir su domicilio. Observémosle con detenimiento. Vale la pena analizar esta imagen deprimente y cruel.
Se trata del pater familias cuya acción desesperada -plantando una covacha de lástima en medio de la ciudad de Bayamo, para llamar la atención sobre su caso-, fue motivo noticioso en este mismo blog, en la entrada anterior. Prometí dar continuidad a la noticia; algunos lectores así lo solicitaron –según la usanza del periodismo serio, y de receptores exigentes-. Esta es esa necesaria continuación.
(Área exacta que deberá ocupar su casa)
“Al día siguiente de que yo pernoctara en aquella choza improvisada junto con mi esposa y mi niño, los directivos del Gobierno y de la Vivienda fueron a verme, con un papel firmado y acuñado. Me daban una autorización para construir en el terreno que se me había asignado, con la condición de que desbaratara enseguida aquella casucha que, decían, creaba un caos político entre la población”.
Para un hombre que llevaba 11 años a la espera de un simple rectángulo, un fragmento de suelo para erigir su pobre vivienda, semejante proposición era la luz al final del túnel.
“Primero sacaron a mi esposa y al niño, los llevaron para la casa del padre de ella, dijeron que momentáneamente, y a mí me citaron para en la tarde entregarme oficialmente el área donde yo podría levantarme una casa para mí y para mi familia”.
Cuando, en horas de la tarde, una funcionaria cumpliendo órdenes lo condujo hasta las extremas afueras de la ciudad, en una zona semi despoblada a campo abierto, y le indicó que “ese era el lugar que se le había asignado”, Alexander Otero creyó, efectivamente, que se trataba de una broma macabra.
“Sentí una indignación que no te puedo describir – me dice con la voz reforzada por la ira-. Esto es humillante. Mira lo que me dan para construir una casa para mi hijo: un lugar donde no hay agua corriente, donde no hay electrificación. Mira lo que me dan para que me conforme y ya no pueda decir que no me permiten hacerme una casa en mi ciudad”.
(Al fondo del terreno, la vivienda de sus únicos vecinos: una mujer y tres niños)
Sin embargo, el tácito ensañamiento contra el humilde inconforme pudo llegar a más. Aunque no lo parezca: sí pueden hacer más.
“El mismo viernes por la tarde, estando yo aquí en el terreno, mirando el atropello que cometían conmigo y pensando qué diablos iba a hacer con esto, vino una patrulla de policía y me llevó preso sin explicación ninguna”.
Lo escucho y creo que puedo confirmar su versión: ese mismo viernes yo había pactado con él un segundo encuentro para ver con mis ojos –y el lente de mi cámara- el sitio que nuestros funcionarios habrían reservado para él. Lo esperé largamente en mi casa, y jamás apareció.
“Me encarcelaron por setenta y dos horas. Como hasta ese término es legal tenerte detenido, me pusieron tras las rejas y diez minutos antes de cumplirse los tres días exactos me sacaron y me impusieron una multa de treinta pesos por desorden público. Así consideraron mi acción de levantar las vigas en aquel otro lugar, y pasar la noche allí junto con mi familia”.
Alexander y yo conversamos de pie, entre la maleza, a las tres de la tarde. A nuestro alrededor, solo murmullos de hierba, de caballos distantes, de soledad. La única casa de todo aquel paraje, a escasos metros del sitio donde este joven deberá erigir la suya, me enseña lo que será también su hogar: una denuncia como un templo contra el paraíso socialista que desde que tengo uso de razón me dicen que es mi país. Pienso en el frío, en los insectos, pienso en su bebé, y siento una vergüenza inconfesable por la casa que –con sacrificios ingentes- mis padres lograron construir para mí treinta años atrás.
Miro este espacio pestilente y no consigo alejar de mi recuerdo la imagen citadina de los barrios residenciales, las zonas reservadas para los militares y los dirigentes partidistas de mi localidad, con sus jardines esmerados y sus parqueos espaciosos, sus paneles solares para el agua caliente, su savoir affaire. Para los incrédulos: si no hay imágenes de esas casas en este mismo blog, es porque resulta imposible. Apenas saque mi cámara, antes de oprimir el obturador, ésta será confiscada. Nadie puede tomarles fotos exteriores a las residencias oficiales.
Sé que ahora mismo, mientras escucho hablar a este pobre hombre, soy una pésima compañía. Quisiera decirle que tenga fe, que luche por sus derechos, que algún día podrá tener un mejor horizonte para los suyos. Quisiera desearle un mejor Año Nuevo. Pero las palabras no me salen. Por eso los dos volvemos sobre nuestros pasos como zombies que buscan, ciegos, el camino de regreso a la ciudad.
http://elpequenohermano.wordpress.com/
Palabras de Recienvenido
Mientras escribo, en este instante, bien cerca de mí duerme mi sobrina Elizabeth. Debo estar al tanto de su sueño angelical: tiene sólo nueve días de nacida. El halo de mágica indefensión que rodea su cuna, su expresión de mujer en miniatura, me inspira una ternura protectora que es, creo, universal.
Sin embargo, no puedo dejar de asumir algo: en este momento, mientras tecleo el primer post de mi blog desde los Estados Unidos, mi sobrina y yo somos poco menos que colegas en esto de recién nacer. Sensación extraña pero cierta: a mis veintiséis años me diferencio bien poco de una bebé de nueve días. Ambos tenemos muy pocas nociones de cómo se enfrenta el mundo a partir de ahora.
Decir que mi llegada a Miami fue azarosa es cierto, pero inexacto. Digámosle más bien atípica, enrevesada. Yo, enfrentado al régimen de mi país, y adorador de las experiencias límites, desearía poder relatar mi historia hollywoodense de cómo logré escapar de noche, en balsa, o con coyotes guiándome a través de la frontera. Por fortuna, no puedo hacerlo.
Arribé a este país el pasado 28 de diciembre a bordo de un avión de American Airlines, con el único sobresalto de los meses crispados que abarcaron mi vida en los últimos tiempos. Esto es: meses de fallidos diagnósticos de cáncer, de campañas burlescas presentándome como comerciante sexual, y del peligro constante que representaba no renunciar a mis libertades individuales; historias que guardaré para el futuro, cuando necesite contarle a mi sobrina -y a mis propios hijos- cómo se vivía en aquel país tan suyo, con tanto odio y maldad enquistados bajo la piel de la nación.
Sin embargo, la verdad sea dicha: mi salida de Cuba, con motivos legales y distanciada de toda coyuntura política, no sufrió por parte del Gobierno de la Isla ni una sola traba en el engranaje, según era tan posible y pensable en función de experiencias anteriores. Más bien, todo lo contrario: el Permiso de Salida –me cuesta no ponerle un adjetivo, no consigo escribirlo sin colgarle detrás el calificativo que tanto merece: aberrante- llegó en un tiempo récord de 11 días. Sospecho que el establishment de mi país no me quería demasiado.
Así, a tan solo un día de que mi VISA expirara irremediablemente, pisé suelo estadounidense con la única certeza de que para mí, en lo adelante, nada volvería a ser igual. Mis compañeros de vuelo, dos cubanoamericanos que acababan de visitar la Isla luego de décadas de ausencia, y que me obsequiaron mis primeros diez dólares como signo de buena esperanza, no pudieron resistir la tentación y le tomaron una foto a mi cara durante el aterrizaje: asistían a la inauguración de mi historia como nuevo exiliado.
¿He tenido tiempo de pensar y analizar, de sacar conclusiones tajantes o formarme juicios categóricos? Definitivamente no. Yo, husmeador empedernido que siempre escucha, siempre quiere comprender y cuestionar, he estado demasiado tiempo entrenando mi percepción al nuevo entorno, y peleando contra una jaqueca flemática que siempre amenaza con llegar y no llega. En pocas palabras: a sólo cinco días de mudarme de país, y casi de planeta, me dedico aún a entrenar mi cerebro para lo que seguirá siendo mi labor intelectual.
Sin embargo, tengo sospechas. Muchas sospechas. Y la primera es esta: dentro de muy poco comenzaré a tolerar mucho menos lo que sucede hoy en mi país. Lo que he dejado atrás. Dentro de muy poco, cuando pase este estupor inicial, sentiré aún más rencor contra quienes han privado a mis amigos, a mi familia, y a todos los cubanos humildes en general, de un universo de posibilidades como el que acabo de conocer.
No se trata de un deslumbramiento material, que inevitablemente también llega; se trata, más bien, del dolor indescriptible que se experimenta al comprobar todo lo que a millones de cubanos les ha sido negado. Es el sentimiento de culpabilidad que se prende a tu garganta cuando, de pronto, te descubres entre los pasillos furibundos de un supermercado –me ocurrió hace dos noches, en “Publix”- donde apenas existe necesidad básica que no pueda ser satisfecha, mientras el recuerdo de los tuyos, agenciándoselas año tras año para poderse artificiar un mal plato de comida, te impacta dentro sin piedad.
Sospecho, además, que cada día que pase en un sitio donde el respeto a la discrepancia es ley, me vacunará más aún contra la intolerancia y la exclusión; un sitio donde -según me ocurrió hace dos noches en el restaurant “Casa Cañí”-, puedo polemizar abiertamente sobre política, sin que quienes me rodean deban hablar en voz baja por miedo a activar mecanismos represivos –grabaciones, informantes- en su contra.
Y entre tanto, sospecho que bien pronto conoceré también las manchas presentes en esta realidad novedosa: ni siquiera en una democracia respetable los cubanos hemos dejado de estigmatizar a quienes no piensan como nosotros, y de sacar a flote algunos rasgos que hemos traído de contrabando bajo la piel: la agresión verbal, la mentira como método de destrucción.
Entre otras cosas, porque demasiados arrepentidos y conversos, demasiados victimarios que hoy pasan por víctimas, pululan por esta deslumbrante ciudad que ha sido digna cobija de honestos y perseguidos. Y según las sabias palabras de un lector devenido amigo, “Cruzar el estrecho de la Florida no purifica”.
También por esos, y para esos, tendrá continuidad este blog. Para diseccionar con justicia y objetividad esta realidad que es tan cubana como la del malecón habanero y los sueños sin cumplir. Sobre todo, porque a diferencia del entorno en que surgió El Pequeño Hermano, este desde el que hoy escribo celebra la discrepancia como motor evolutivo. Muy poco puede un puñado de intolerantes ortodoxos, cuando “democracia” es quizás el vocablo más recurrente entre quienes habitan este gran país.
Una de las preguntas más frecuentes que he debido escuchar, desde el instante en que opté por cambiar de contexto y partir rumbo a los Estados Unidos, es: “¿Qué pasará con tu blog ahora que no vivirás directamente dentro de la Isla?”. Mi respuesta tiene dos aristas.
Primero: el compromiso con una verdad personal que se restringe sólo a un marco determinado, es poco atendible. Creo que mientras yo me sienta tan parte de esa Isla bendita como lo sintió el Apóstol, Celia Cruz, o los militantes del Partido Comunista; mientras yo no renuncie a la condición honorable de cubano que ama a su tierra, y precisamente por ello sufre su condena a la infelicidad, no hay justificación para abandonar este proyecto íntimo que tanto ha aportado ya a mi superación personal y profesional.
Y segundo: a quienes temen que mi distancia de la realidad cubana afecte la objetividad de los textos, les sugeriría rastrear los más agudos y valederos libros, artículos y ensayos publicados desde hace varios años sobre el tema de mi país. Salvo mínimas excepciones, todos pertenecen a autores que desde hace mucho no viven en Cuba. Si no, preguntar a Eliseo Alberto, Carlos Alberto Montaner, Manuel Díaz Martínez, Raúl Rivero, Jesús Díaz, Amir Valle, entre un largo etcétera.
No es la cercanía absoluta a los fenómenos sociales lo que garantiza una obra de verdadero valor, sino la constancia, el estudio analítico, y la superación permanente. Como en todos los campos de la existencia humana.
Mi compromiso con la palabra es aún más fuerte que con la democratización de la Isla: escribir es, creo, lo único que jamás podré dejar de hacer. Da lo mismo si desde una humilde localidad provinciana, con aroma a café y a sol trasnochado, que desde una urbe cosmopolita, a una hora de distancia en avión, desde la cual empeñarme en no cerrar la boca jamás.
Ernesto Morales Licea
e-Mail: ernestomorales25@gmail.com
Movil: (53) 52 93 3119
Blog:El Pequeño Hermano
CAPITALISMO O MUERTE
Cuba: cambiar o morir, el dilema de 2011
El nuevo año llega a Cuba cargado de incertidumbre, con la supervivencia del sistema en juego y expectativas de que por fin se producirán cambios económicos en la isla. En el ojo del huracán están 11 millones de cubanos, de los cuales el 70% nacieron después de que Fidel Castro llegara al poder el 1 de enero de 1959. Lo que se avecina es duro: después de medio siglo de políticas igualitaristas, el Estado empieza a recortar drásticamente gastos sociales y se dispone a limpiar las "plantillas infladas", un proceso traumático que en tres años eliminará 1.300.000 empleos estatales, uno de cada cuatro puestos de trabajo. El primer medio millón, en 2011.
Ayer mismo, el Gobierno retiró del sistema de racionamiento el jabón, la pasta dental y el detergente, productos que se vendían a muy bajos precios aunque su cuota no alcanzaba para llegar a fin de mes. Antes habían salido de la protección de la cartilla las patatas, los guisantes, los cigarrillos y la sal. En algunos casos, como el del jabón, el precio "por la libre" se multiplica por más de 25.
La presión de la crisis es asfixiante, pero con los recortes y las políticas de ajuste llegan también nuevas oportunidades. La apertura a la iniciativa privada y al trabajo por cuenta propia es "irreversible", afirma el Gobierno, aunque mucha gente no acaba de creérselo. "Ahora mismo no estamos hablando de el año que viene, sino de el país que viene", decía recientemente el diario oficial Granma, en un artículo que trataba de exponer la dimensión de los retos venideros.
Resuenan aún en la isla las palabras de Raúl Castro en su última intervención ante la Asamblea Nacional: "O rectificamos, o ya se acaba el tiempo de seguir bordeando el precipicio, nos hundimos y hundiremos el esfuerzo de generaciones enteras". Con este manotazo encima de la mesa, Castro quiso advertir a los suyos, sobre todo a los que desde dentro del régimen hacen resistencia o sabotean las incipientes reformas, que no hay más alternativa que cambiar.
Se pretende que en los próximos años 1.800.000 personas -aproximadamente el 40% de los cubanos que trabajan para el Estado- se busquen la vida por sus propios medios. Pero nadie sabe bien cómo puede propiciarse un salto de este calibre sin financiación, cuando todavía no están claras las reglas del juego y además se advierte que no se permitirá la acumulación de capital.
Lo difícil que está resultando eliminar la cartilla de racionamiento es una muestra de la encrucijada actual en que se halla el Gobierno. Cuba importa alrededor del 80% de los alimentos que consume y dedica cada año alrededor de 600 millones de euros a subvencionar los productos de la canasta básica, algo que desde hace tiempo se considera "insostenible". Pero la precariedad en que viven la mayoría de las familias -el salario medio en Cuba no llega a los 15 euros mensuales- impide "quitarla de un golpe", reconoció hace dos semanas el ministro de Economía, Marino Murillo. "El camino", dijo, es "irla quitando paulatinamente". Y así con todo.
Cambiar o morir, ese es el dilema.
MAURICIO VICENT - La Habana - 02/01/2011; EL PAÍS, ESPAÑA
(tomado de Cuba Libre Digital)
jueves, 30 de diciembre de 2010
Caso espías: el régimen contra la pared
Ricardo Alarcón("cabecita"), presidente del parlamento cubano
Me imagino que El Nuevo Herald tenga una fuente confiable que avale la información publicada ayer sobre la nueva posición adoptada por el espía Gerardo Hernández en relación a los hechos acaecidos durante el derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate en febrero de 1996. Por eso pienso también que los chicos del Herald guardan en su manga otras cartas que irán sacando, con seguridad, a medida que la noticia vaya desarrollándose. Por el momento, el régimen de La Habana está contra la pared y a la defensiva. No debe de ser fácil gastar millones en propaganda para al final no obtener ningún triunfo político. Desde ese punto de vista el castrismo depende más de Hernández que este de ellos.
El designado por el régimen cubano para rebatir oficialmente la información dada ayer por el diario floridano acerca del reconocimiento por parte del espía Gerardo Hernández de que las avionetas de Hermanos al Rescate fueron derribadas en aguas internacionales, fue nada más y nada menos que el supuesto “especialista en asuntos norteamericanos’ Ricardo Alarcón de Quesada, un venido a menos presidente del parlamento cubano.
Varios puntos han llamado mi atención en la intervención de Alarcón.
Primero, el veterano político dice que la información dada por el Herald responde a una maniobra de la prensa norteamericana para “confundir al movimiento solidario’ que apoya al régimen en su cruzada por la liberación de los espías. La afirmación de Alarcón no es relevante. El movimiento solidario al que se refiere no ha sido más que un fallido intento por reciclar el éxito mediático que alcanzó el castrismo con el caso Elián. Es cosa sabida que los cinco espías no gozan de la misma popularidad entre la izquierda internacional que la que sí tuvo en su momento el ahora “camilito” Elián. Entonces, no veo la necesidad de estas tácticas disuasorias que Alarcón, como viejo zorro político del castrismo, presenta como si de una enorme conspiración se tratase.
En segundo lugar el presidente del parlamento retoma la posición común del régimen de no reconocer la responsabilidad de Hernández en el derribo de las avionetas. Pero no insiste en la teoría de que los integrantes de Hermanos al Rescate se hallaban en aguas cubanas al momento de ser asesinados por aviones de guerra. Si algo quedó demostrado en el juicio a los espías de la red Avispa es que el régimen de la isla cometió un crimen flagrante e injustificado. Alarcón se pierde aquí una excelente oportunidad de ratificar la posición de la dictadura durante todos estos años.
Y por último, esto: “fue sentenciado con brutal desmesura por un supuesto crimen que no existió y con el cual, en cualquier caso, Gerardo no tenía absolutamente nada que ver”.
¿Y si hubiera tenido que ver? le preguntamos al señor Alarcón. ¿Entonces sí sería justificada la condena? ¿No existe detrás de tanta retórica y demagogia un sutil reconocimiento del crimen cometido?
Es necesario que todo el contenido de estas nuevas indagatorias se haga público tras un nuevo fallo. Y que se acorrale al régimen de La Habana con toda la evidencia posible (que es mucha y se encuentra comprobada) acerca de lo que realmente sucedió con esas avionetas desarmadas que fueron masacradas en cielos internacionales. Así como la dictadura dedica todos sus esfuerzos (entiéndanse fondos materiales) a desarrollar cruzadas en contra del odiado “imperio” y del exilio cubano, es hora de contrarrestar con firmeza tanta propaganda reaccionaria. Desacralizar al castrismo es una necesidad extrema si se quiere aspirar algún día a dejar atrás la sombra oscura que el totalitarismo ha sembrado durante más de medio siglo.
Camilo López – Darias.
(Gaceta de Cuba)
CÓMO CELEBRABAN LOS POBRES LA NAVIDAD
CÓMO CELEBRABAN LOS POBRES LA NAVIDAD
EN EL CAMPO CUBANO ANTES DEL SOCIALISMO
Palabras pronunciadas por Mons. Agustín A. Román, Obispo Auxiliar Emérito en la Peña Vareliana el 18 de Diciembre de 2010 (Miami, Florida)
Pasé mi infancia en el lindo campo de Cuba. Con mis padres campesinos y mis hermanos vivimos una niñez y adolescencia pobre sin faltar lo necesario, pero muy feliz. Mi casa era un bohío amplio y fresco con techo de guano y con las habitaciones necesarias para descansar. El agua pura nunca faltó pues se sacaba del pozo del patio que era profundo, y siempre la teníamos en abundancia. No teníamos luz eléctrica pero, acostumbrados a las lámparas de aceite, no creíamos necesitarla.
El campo lo trabajábamos todos dirigidos por mi padre, y la comida siempre sobraba. Recuerdo que mis padres agradecían a las personas que se acercaban en busca de las frutas, porque eran tan abundantes, especialmente el mango, que caían a la tierra y las abejas volaban sobre ellas buscando el néctar en sus jugos. Más de una vez sufrimos la picada de aquellos insectos y las consecuencias eran desagradables.
A los 15 años me enviaron al poblado de San Antonio de los Baños porque los cursos en la escuela del campo sólo llegaban hasta 6º grado. Allí hice el 7º y 8º grados que eran llamados entonces Primaria Superior.
Dentro de este marco feliz vivimos nuestra niñez y adolescencia, y dentro de aquel inolvidable mundo de tierra poblada de verdes árboles siempre recuerdo las Navidades. Los campos se cubrían de unas flores silvestres blancas salpicadas de morado. Eran llamadas “aguinaldo” y con su olor anunciaban el Adviento desde finales de noviembre, y el colorido sobre la verde hierba de los potreros hacía que pareciera como adornada por un buen artista.
Al comenzar los duros inviernos del norte, las aves nos iban llegando como turistas y en el cielo azul las veíamos divertirse aprovechando la temperatura que habían perdido. Desde el comienzo de diciembre las casas siempre se pintaban con el blanco de la cal y las puertas con los colores de la bandera patria, azul y rojo. Los tres colores relucían.
Las mujeres cosían las ropas que vestiríamos en Navidad y Año Nuevo y todo se iba preparando. En mi casa hacían un nacimiento que comparado con los de hoy tenía pocas figuras, pero el misterio relucía en un lugar preferencial del bohío donde no faltaban la Virgen, San José y el Niño. Como carecíamos de luz eléctrica, utilizábamos la electricidad de la batería que mantenía la radio.
Aunque diciembre no era el tiempo mejor para las flores porque las lluvias habían desaparecido con el otoño y no había regadío, recuerdo que Mamá siempre las cultivaba para hacer adornos desde el día de Nochebuena hasta el primero del año. Las mujeres iban preparando el buñuelo y la miel desde temprano. Recuerdo ver los tableros llenos de harina de yuca para prepararlos. Se cocían los dulces de frutas, de manera especial los de papaya, coco, naranja y ciruela. Daban gran importancia a la preparación de una variedad de postres y a compartirlos con los vecinos.
Las familias soñaban con las fiestas que comenzaban con la Nochebuena. El día 24 se preparaba el lechón que era la carne preferida, aunque a las personas mayores se les ofrecía optar por la gallina de guinea o el pollo. No recuerdo nunca haber comido el pavo. Desde temprano alguien de la familia iba a la población a comprar el arroz, los frijoles y todo lo restante, y se traía el vino que se tomaba en los campos tan sólo en esta festividad y al terminar la Semana Santa, en la fiesta de la Pascua de Resurrección. El vino de frutas se hacía en los hogares desde el principio del año para que estuviera bueno en ese momento. En Navidad nunca faltó el turrón.
Unas familias iban a compartir con otras y traían las golosinas que habían preparado. La mesa se adornaba dentro de la casa aprovechando la luz de las lámparas ya que fuera la luz de la luna y de las estrellas, que bien resplandecían durante este tiempo, no era suficiente. Terminada la comida comenzaba la canturía para la mayoría que no podía ir a la Misa de Gallo, que por la distancia teníamos que salir temprano para llegar a las 12 y regresar muy pasada la media noche.
En la canturía se emocionaban algunos jóvenes, dirigiéndose a las jóvenes exaltando su belleza con gran franqueza gracias al entusiasmo que les daba el vino. En ese momento se descubrían los enamorados sin temor al respeto de los padres.
Se sabía que la celebración era por el nacimiento de Cristo, pero la carencia de catequesis no les permitía saborear el misterio de un Dios hecho hombre por amor a todos los hombres. Tal vez aquello contribuyó a que yo escogiera el sacerdocio pues en la medida en que iba conociendo más a Cristo y su Iglesia, iba descubriendo cómo en la mayoría de nuestro pueblo estaban todos bautizados pero ahí se quedaban dormidos.
Allí comencé yo más tarde una catequesis semanal a la que venía un gran número de niños que se preparaban para la primera comunión. Esto hizo que el párroco comenzara una misión anual de tres noches que en casa se llenaba y les instruía en la fe. Este despertar misionero en mí fue el fruto de la Acción Católica Cubana que pretendía, en los años ’40 y ’50, hacer una Cuba creyente y dichosa donde Cristo reinara en los hogares primero y en la sociedad también.
Esta evangelización era aun incipiente y mucho prometía, pero en los ’60 terminaba con la implantación del comunismo que puso fin hasta a la Navidad y Semana Santa, perdiendo así el pueblo la alegría que hacía feliz su vida. Las fiestas religiosas, en especial Navidad y Semana Santa fueron desapareciendo en poco tiempo y la alegría también desapareció con ellas, naciendo el terror a expresar todo sentimiento religioso exterior, ya que esto podía hacer perder a los hijos oportunidades ventajosas.
La visita del Santo Padre Juan Pablo II en enero de 1998 abrió algunas puertas a los creyentes, entre otras el resucitar costumbres como la celebración de la Navidad de manera pública. Pero la fe de la clase campesina, que tradicionalmente transmitía sus costumbres de generación en generación, existe hoy en día después de medio siglo en que ha pasado el huracán comunista. Pensaba que no. Sin embargo, el recorrido de la imagen de la Virgen por toda la Isla y que comenzó en Oriente el pasado septiembre, va demostrando que la fe parece dormirse, pero sorprende cuando resucita.
(Gaceta de Puerto Principe)
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