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domingo, 27 de noviembre de 2016

Moriste, Fidel. ¡La madre para quien te parió, singao!

Moriste, Fidel. ¡La madre para quien te parió, singao!

Lamento que no hayas pagado tus crímenes en una cárcel, lamento no haberte visto morir preso o fusilado. Pero me conformo con imaginar tu suplicio en el infierno, engendro del mal. ¡La madre para quien te parió, singao!
Ricardo Puentes Melo
Ricardo Puentes Melo
Por Ricardo Puentes Melo
Noviembre 26 de 2016
Conocí la Cuba de Fidel. ¿Cómo no hacerlo si desde las mismas aulas de mi escuela primaria los maestros, embriagados de populismo, nos inoculaban la mentira de la lucha de clases? ¿Cómo no hacerlo si inauguré mi bachillerato con los jesuitas de la Teología de la Liberación? ¿Cómo no querer conocer la Cuba de Fidel si todo nuestro Cine nacional se dedicó a hacerle apología a esa basura andante? ¿Cómo no querer ver de cerca al inspirador de versos de poetas malditos, a la musa de escritores profanos y al tema de estudio de facultades enteras en mi querida Universidad Nacional, atestada de malandros intelectuales que violan las mentes impresionables de jóvenes brillantes que se tragan enterita la fábula de Fidel como un Robin Hood libertario, cuando la verdad es que no era más que un carnicero sanguinario, ratero y narcotraficante, un delincuente que supo embaucar a millones con la historia de un pueblo redimido por la revolución marxista de los cincuentas?
Conocí la Cuba de Fidel. Llena de prostitutas obligadas a traficar con sus cuerpos a cambio de un mendrugo de pan o del vale ambicionado del turista para poder comprar más de dos huevos, una botella de leche y carne… ¡Carne!
Conocí la Cuba de Fidel. Allá fui testigo de cómo un jovencito de apenas 15 ó 16 años se convirtió en el guía y amante temporal de un periodista inglés que prometió enviarle unas zapatillas cuando llegara a Londres. ¡Quién sabe si cumplió!
Conocí la Cuba de Fidel. La odié cuando vi que allí no crecía nada, si acaso la desesperanza, la soledad, la ruina y los rostros sufridos y arrugados de los ancianos que vivieron la Cuba antes de Fidel y a quienes se les acabó la tranquilidad cuando el crápula y su corte de degenerados se quitaron la máscara y confesaron ser comunistas.
Conocí la Cuba de Fidel. Recuerdo el calor, la sensación indescifrable de tener miedo, nostalgia, resignación. Recuerdo los viejos automóviles que andaban de puro milagro, las esquinas permitidas a los turistas donde se les mostraba la falsa felicidad de los cubanos al ritmo de Fiol y los Van Van, de Papaíto. Por todo lado se escuchaba el maravilloso Son ensuciado con canciones glorificando al sátrapa.




La pobreza en Cuba, herencia de Fidel y su revolución
Conocí la Cuba de Fidel, la de los desplazados con el alma empelota y el dolor en carne viva. En las calles de La Habana el desorden de la miseria pasó a reemplazar esos lugares donde antes florecieron la vida, la fiesta, la lúdica, el amor, el arte. Fue a finales de los 80 cuando estuve en el Festival de Cine de La Habana, pero todavía puedo sentir ese olor ocre de la muerte, la pobreza y la mentira.
Conocí la Cuba de Fidel. Y jamás podré olvidar la sensación de estar en tierra de zombies, de insepultos, de esclavos con hijos y nietos que también serían esclavos. No vi el colorido ni la alegría caribeña que imaginé antes de tomar el avión hacia allá. Y prometí jamás volver para no tener que bordear el escenario de la ruina tétrica del mismo infierno
Conocí la Cuba de Fidel. Y por eso jamás pude entender cómo los presidentes latinoamericanos le rendían culto como si fuera el prohombre de la libertad, posando orgullosos con sus familias para las obligadas fotos que algún día, !algún día! serán evidenciadas como la prueba de una complicidad infame que sumió a los hermanos cubanos en ese doloroso martirio. Porque los cubanos no viven su isla, sino que la padecen.
Conocí la Cuba de Fidel. Y tampoco pude entender cómo un miserable fue capaz de torcer los destinos de América Latina, sembrando de odio, sangre y desventura nuestras naciones, como si fuéramos indigentes mentales que nos acostumbramos a la interminable desdicha acolitada por los políticos que se lucraron -aún lo hacen- con las atrocidades de los mercenarios entrenados por Fidel para implantar su cáncer en las venas de nuestros terruños.
Conocí la Cuba de Fidel. No me gustó. Por amarga, desventurada, violada, no apta para nadie, carcomida mil veces, y condenada hasta que la estirpe de los Castro y sus secuaces sea arrancada de este planeta.
Conocí la Cuba de Fidel. Y hoy me enteré de que el responsable de la violencia en Colombia, el autor intelectual de más de un millón de asesinatos en mi querida patria, había muerto de viejo.
Conocí la Cuba de Fidel. !Y cuánto lamento su muerte!
Lamento que no hayas pagado tus crímenes en una cárcel, bellaco; lamento no haberte visto morir preso o fusilado. Pero me conformo con imaginar tu suplicio en el infierno, engendro del mal, acompañado por el Nobel canalla que patrocinó tu desventurada tiranía.
Conocí la Cuba de Fidel. Y hoy celebro la muerte de ese hijo de ramera.
Conocí la Cuba de Fidel. Y murió Fidel. ¡La madre para quien te parió, singao!
@ricardopuentesm
ricardopuentes@periodismosinfronteras.com

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