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domingo, 20 de noviembre de 2011
Viva Cuba… ¿qué?.Por Zoé Valdés
".... Castro ha vuelto a triunfar, nuevamente, porque ha mandado a noventa millas a toda la basura y la bazofia mental que le ha sobrado, ¡y eso sí que sobra en Aquella Isla! ......`"
Mientras Europa se hunde económicamente, y cada vez vivimos más acorralados entre una cierta ilusión de libertad y lo políticamente correcto que todo lo ensucia, el Miami que yo conocí de hace unos veinte años atrás, apenas existe. Precisamente escribo esta primera columna para Libertad Digital desde Miami, a donde he venido por la brevedad de unos días, para participar en la inauguración del Instituto de La Rosa Blanca y del Premio Juana de Dios Gross de Olea; además de que decidí presentar mis dibujos, o garabatos de escritora, en Unzueta Gallery.
Si bien Miami creció como ciudad en estos últimos tiempos, ese crecimiento fue paralizado por la crisis económica y por la desproporción de los préstamos bancarios que llevaron a cientos de miles de personas a la bancarrota. Basta transitar en automóvil (es imposible a pie) por las principales arterias de la urbe para percatarnos de que numerosos negocios han cerrado, las casas abandonadas hacen ola, y los edificios, antes esplendorosos e iluminados, ahora lucen apagados y depauperados.
Es cierto que no podemos medir el nivel de una ciudad, y mucho menos de un país, por lo que se ve a través de los cristales de un Toyota, pero tampoco debemos guiarnos por los eventos que gozan de mejor divulgación publicitaria. Y si bien una de las mayores Ferias del Libro de América transcurre en Miami, por estos días, y también el Festival Internacional de Cine ha ido adquiriendo tal notoriedad que le ha ganando en calidad al de La Habana, ninguno de estos eventos, así como otros, pudieran tomarse como termómetro de prosperidad.
Y Miami, digámoslo claramente, se ha empobrecido, no solo económicamente, también humanamente. Lo digo con dolor, pero no me queda más remedio que asumirlo como lo han asumido la gran cantidad de cubanos que hicieron de esta ciudad, allá por los setenta, una especie de segunda capital, envidiable desde todos los ángulos.
Si caminamos por algunos fragmentos de la célebre Calle 8 o por Lincoln Road, no tardaremos en tropezarnos con desamparados mendigos. Si entramos en una pastelería-cafetería para degustar unas de las deliciosas exquisiteces del paladar cubano nos encontraremos con personas que entran a saciar su hambre con muy poco.
Pero me atrevería incluso a afirmar que el empobrecimiento de Miami no se mide ni siquiera por eso, aunque esos son los retratos más directos, contundentes, y entristecedores. La gran pobreza de Miami yo la mediría por la escasez mental que he podido palpar. Me dirán ustedes que esa escasez la encontraríamos en cualquier sitio del planeta en la actualidad, y estoy de acuerdo, pero no a tan bajo nivel. Y sobre todo, no al mismo nivel que se supone que existe en la Cuba castrista, donde no todo el mundo posee el grado cultural de los artistas que los dos viejos dictadores se empeñan en usar como la mejor campaña publicitaria que poseen, y que los aludidos han aceptado a cambio de las prebendas que tira como migaja el comunismo: viajecitos, y una luz verde, intermitente, claro, para poder negociar sus carreras literarias o artísticas con trapecherías capitalistas, pero marcándole invariablemente la tarjeta a los censores de la isla.
Castro ha vuelto a triunfar, nuevamente, porque ha mandado a noventa millas a toda la basura y la bazofia mental que le ha sobrado, ¡y eso sí que sobra en Aquella Isla!
De la situación económica podríamos añadir que solo hay que irse a los malles, y notar que las rebajas están a menos del noventa por ciento en algunos casos, y hasta se puede adquirir en Neiman Marcus un jean a dólar, dólar que hay que sudar, si se encuentra el empleo donde sudarlo. De la pobreza mental, pues puedes tropezarte con una enorme cantidad de visitantes de Cuba, que vienen exclusivamente a comprar, a gastarle el dinero a los familiares que trabajan en este país, y después regresan a la isla, a especular, a criticar, y hacerse los más comunistas (ñángaras en argot cubano), los impecables comecandelas de toda la vida. Y ese es uno de los problemas más graves del castrismo y de su injerencia en Estados Unidos. No sólo ha llenado Miami y el resto del país, y del mundo, de cubanos ineptos con mentalidad castrista, además estos constituyen ahora, con los viajecitos aprobados por Obama, una de las mayores sangrías de la economía norteamericana, y han logrado engrosar todavía más la principal entrada económica que poseía el castrismo, según cifras de la CEPAL, proveniente de las remesas familiares del exilio, más de mil millones de dólares anuales. Helloooo?!
Y sólo hay que ver cómo han cambiado estéticamente esos malles, la ropa tirada por el suelo, probada, manoseada, pisoteada; el trato deja mucho que desear. Porque con la extensión del ñangarismo a Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Argentina, proliferan los exiliados económicos, más que políticos... Porque, claro, con el decursar de los años (otra frase cubana) criticar al castrismo en pleno corazón del enemigo imperialista se ha convertido en uno de los mayores pecados, castigados sin momento fijo con latigazos oblicuos del petróleo iraní.
De esta manera, si en Europa, por publicar caricaturas de Mahoma, intentan asesinar a los caricaturistas y se atreven a colocar cócteles molotov en una publicación como Charlie Hebdo, en Miami, la sharia castrense ya llegó, y el periódico local apenas se hace eco de la inauguración de uno de los mejores proyectos políticos para el futuro de Cuba como institución, como es el de La Rosa Blanca (por José Martí), y apenas se menciona a Juana de Dios Gross de Olea, una madre a quien Raúl Castro, el aperturista, según algunos, y su hermanazo, y el Che Guevara juntos, le fusilaron entre el 12 y el 13 de enero de 1959 a tres de sus hijos. Ahora, eso sí, cualquiera que escriba sobre las ridículas "bondades" de Raúl Castro, tiene amplia recepción en las páginas de esa misma prensa.
A esa pobreza me refiero, a la de la desesperanza, a la de la miseria que brotó como marabú en los cerebros de los isleños, y que ya no constituye una amenaza, ahora es una realidad en las mentalidades de una gran cantidad de miamenses que se pliegan al ordeno y mando directo desde la Plaza de la Revolución o de la Involución con tal de ser mirados como gente progresista y quitarse el sambenito de radicales o de mafia de Miami, adoptando entonces poses y actitudes de la verdadera y única mafia, la de los hermanos Castro.
Oí lamentarse a uno de esos viejos cubanos que llegaron aquí hace más de 40 años, mientras saboreaba un café demasiado azucarado, decía que ya Miami no es lo que era cuando él llegó aquí. Del mismo modo que Cuba ya no es la que él dejó. A mí, a unos cuantos, nos queda la ilusión de regresar a Europa, pero a ese señor, a la gente de mi generación, los nacidos con el Horror, a los marielitos, expulsados por Mariel, creo yo que son los más afectados, los que se quedaron a medio camino de todo, ¿qué les queda? Volver a soportar el castrismo, ahora como pandemia. Así que ¿Viva Cuba de qué? ¿Libre? Ni en sueños, vamos, ni siquiera digital.
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