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domingo, 6 de noviembre de 2011

Testimonio: El agente Ariel (Red Avispa)a prueba de sicólogos


Dibujo de una jornada del juicio contra la Red Avispa el tribunal federal de Miami, en diciembre del 2000.



Tras ser captado por la Dirección de Inteligencia del Ministerio del Interior (MININT), el entonces profesor Edgerton Igor Levy comenzó su preparación para ser enviado como agente de la Red Avispa a Estados Unidos.

En este fragmento de su testimonio, cuenta su paso por la llamada “Casa de Sicología”, antesala de su viaje a Miami en 1993.

LA CASA DE SICOLOGIA

Por EDGERTON LEVY

El primer encuentro con Braulio [1] fuera del marco de la universidad, además de ser muy breve, discurrió de forma natural. Tal parecía que dos viejos amigos se habían tropezado de repente y decidieron sentarse a charlar un rato antes de que cada cual continuara su camino. En realidad, la comunicación entre nosotros no había sido difícil. El me daba la impresión de ser una persona franca y campechana, tal vez por su origen campesino, como en algún momento me hizo saber. Lo cierto es que nunca me sentí incómodo durante nuestras conversaciones, por lo que la satisfacción que ambos reflejamos al encontrarnos no estuvo desprovista de sinceridad, al menos en lo que a mi respecta.

- Te dió tiempo a terminar con todo lo que tenías que hacer.

- Si, no fue fácil, porque además de hacer las cosas habituales tuve que trabajar en la elaboración de todos esos documentos que son bien trabajosos, pero pude terminarlo todo.

- Eso es bueno, porque así ya te vas acostumbrando a hacer lo que habitualmente tengas que hacer y cumplir además con las necesidades de este trabajo, pues no existe un tiempo asignado para estas cosas. Hay que hacerlas en el tiempo libre de tus



Levy sería una pieza clave para el desmantelamiento en 1998 de la Red Avispa, la mayor organización de espionaje cubano en la historia de Estados Unidos. Desde su llegada a territorio estadounidense contactó e informó al FBI de su misión, de manera que las autoridades tuvieron control sobre los movimientos e intenciones de los agentes cubanos en el sur de la Florida desde el momento de la estructuración de la red.

CaféFuerte publica hoy un segundo fragmento del libro testimonial que Levy tiene actualmente en preparación sobre esa etapa de su vida.



LA CASA DE SICOLOGIA

Por EDGERTON LEVY

El primer encuentro con Braulio [1] fuera del marco de la universidad, además de ser muy breve, discurrió de forma natural. Tal parecía que dos viejos amigos se habían tropezado de repente y decidieron sentarse a charlar un rato antes de que cada cual continuara su camino. En realidad, la comunicación entre nosotros no había sido difícil. El me daba la impresión de ser una persona franca y campechana, tal vez por su origen campesino, como en algún momento me hizo saber. Lo cierto es que nunca me sentí incómodo durante nuestras conversaciones, por lo que la satisfacción que ambos reflejamos al encontrarnos no estuvo desprovista de sinceridad, al menos en lo que a mi respecta.

- Te dió tiempo a terminar con todo lo que tenías que hacer.

- Si, no fue fácil, porque además de hacer las cosas habituales tuve que trabajar en la elaboración de todos esos documentos que son bien trabajosos, pero pude terminarlo todo.

- Eso es bueno, porque así ya te vas acostumbrando a hacer lo que habitualmente tengas que hacer y cumplir además con las necesidades de este trabajo, pues no existe un tiempo asignado para estas cosas. Hay que hacerlas en el tiempo libre de tus obligaciones cotidianas.


Edgerton Ivor Levy, el agente Ariel.



Me referí en sentido general a los elementos valorativos que di en relación con mi esposa y sólo se interesó por asegurarse de que hubiera incluído la mayor cantidad de lugares y personas en dichos sitios que pudieran dar elementos de su trayectoria y actitud política, cuestiones que por supuesto habíamos contemplado ampliamente. Le informé que había decidido asumir el seudónimo de Ariel y le expliqué las razones que lo motivaban. Antes de despedirnos me hizo saber que ya prácticamente todo estaba arreglado para que a principios de noviembre pasara la semana de chequeo sicológico. Sólo quedaban por precisar algunas pequeñas cosas, por lo que me pidió que tan pronto me comunicaran oficialmente a través de mi departamento la solicitud del Ministerio de Educación Superior (MES) para que trabajara con ellos en prestación de servicios, se lo hiciera saber, para darme la fecha exacta en que comenzaría a pasar el chequeo.

No pasaron muchos días cuando la jefa del departamento me comunicó que quedaba relegado de la impartición de clases y del resto de mis actividades docentes a partir de ese momento, ya que me habían solicitado en prestación de servicios del MES para trabajar con una delegación extranjera como traductor. Me pidió que le entregara por escrito la relación de la docencia y las restantes actividades que tenía programadas para poder sustituirme mientras me encontrara fuera.

Así de sencillo quedaba relegado de todas mis funciones laborales y totalmente a disposición de “los supremos intereses de la revolución”. No hay nada en Cuba que esté ajeno ni fuera del alcance y posibilidades de esos oscuros intereses. Bajo ese concepto se envuelven toda clase de mentiras, engaños y falsedades. “Los supremos intereses de la revolución” es un algo intangible que está por encima de todo y de todos. Es algo a lo que se aduce cuando se pretenden imponer ideas o razones que no admiten cuestionamiento. Es la piedra angular que justifica la inconmovilidad de quienes se han entronizado en la cima del poder. Es lo que justifica la posibilidad que tienen quienes mueven los hilos de todo lo que sucede en el pais, de llegar a todos los rincones según sus necesidades, hacer y deshacer, quitar, poner y disponer a su antojo o conveniencia, siempre, bajo el supuesto interés de la revolución.

Esperando por Braulio

De manera que un lunes de principios de noviembre de 1991 me vi sentado desde poco antes de las ocho de la mañana en un banco del parque que corre desde la parte posterior del antiguo Palacio Presidencial (ahora Museo de la Revolución) hasta la Avenida del Puerto, en espera de que Braulio pasara a recogerme para trasladarme a la “Casa de Sicología”, donde me internarían para hacerme el chequeo sicológico. Una media hora más tarde ya nos encontrábamos avanzando por todo el Malecón en dirección a Miramar. Atravesamos el pequeño túnel que está en la boca del río Almendares para continuar viaje por toda la 5ta Avenida en dirección a las playas de Marianao. Nos adentramos en una zona para mi poco conocida del reparto Siboney, en la que recuerdo que uno de los últimos señalamientos que vi fue el anuncio de la cercanía del Centro de Investigaciones Médico Quirúrgicas (CIMEQ), poco antes de que Braulio parara el auto y me pidiera que pasara a la parte posterior del carro y me acostara a lo largo del asiento para evitar que nadie pudiera verme a la hora de entrar en el lugar hacia donde nos dirigíamos.

Manejó unos pocos minutos y cuando pude salir de mi eventual escondite, nos encontrábamos dentro del garaje de una casa con la puerta ya cerrada, en el que nos estaba esperando una señora algo gruesa, de unos 50 a 56 años, que respondía al nombre de Mirna y era la jefa del equipo de sicólogos y siquiatras que allí trabajaba. Una vez que Braulio nos presentó, se marchó, mientras que mi nueva anfitriona me invitaba a compartir una merienda con ella.

La casa estaba amueblada como si fuera una vivienda común y corriente. Tenía una sala y un comedor bastante espaciosos que corrían a la izquierda del garaje a lo ancho de la casa, en el que resaltaba la magnificencia del juego de comedor. De ahí se pasaba a un pantry y a la cocina. Allí Mirna me indicó donde estaba la bien surtida despensa, de la cual podía coger todo lo que deseara: refrescos, latas de jugos de fruta variados, dulces de distintos tipos en conserva, leche condensada y evaporada, malta, galletas de soda y de sal, café, azúcar, y dentro del refrigerador había jamón, jamonada, queso, yogurt. En fin, había en amplitud todo lo que sólo en rarísimas ocasiones la población podía consumir. Me explicó que cada vez que ellos recibían a alguien se asignaba una cuota en particular, pero que la mayor parte de las veces siempre quedaban cosas que con el tiempo habían ido surtiendo el almacén.

Una casa misteriosa

La cocina tenía una puerta que daba a un patio de cemento que corría a lo largo de ese costado de la casa hasta desembocar a un patio de tierra que había al fondo. Toda la edificación estaba rodeada de un muro de unos siete pies de altura que impedía ver lo que la circundaba a todo su alrededor e igualmente imposibilitaba cualquier tipo de mirada indiscreta hacia su interior. La casa tenía aire acondicionado, por lo que permanecía totalmente cerrada.

Mientras merendamos, se conversó animadamente de nuestras respectivas familias, de mi actividad como profesor en la universidad y las particularidades del trabajo con la juventud, de la dificil situación por la que estaba atravesando el país… Fue una conversación en la que tuve conciencia en todo momento de que estaba siendo evaluado de forma general. Al final, me dió una idea panorámica de cómo sería mi régimen de vida a lo largo de la semana que pasaría allí y durante la cual no podría salir ni comunicarme con el exterior. Me informó que por las noches permanecería sólo, pero que habría vigilancia por fuera de la casa. El almuerzo y la comida serían traídos diariamente en cantinas.

Una vez de regreso al punto inicial en que había dejado mi equipaje, nos desplazamos hacia el fondo a lo largo de un pasillo en el que la pared que corría a la derecha daba al otro patio lateral exterior de la casa y a mano izquierda, habían varias habitaciones, todas cerradas. Según me indicó, eran las oficinas de trabajo del personal que allí laboraba. Al final del pasillo, una puerta daba acceso al área donde yo debía permanecer, al margen de la actividad que tuviera lugar en el resto de la casa, salvo en horas de la noche y temprano en la mañana, cuando me era posible moverme por todas partes siempre que regresara a mi habitación antes de las nueve de la mañana.

El área en que debía estar confinado durante todo el día consistía de una espaciosa biblioteca llena de estantes semivacios enclaustrados en dos de sus paredes y amueblada con un juego de sofá, butacones y una mesita de centro. Había además otra habitación, extraordinariamente amplia, donde se ubicaba un juego de cama king size con sus dos mesitas de noche y una cómoda, un televisor a color y un buró con una silla. Un amplio closet corría a todo lo largo de la pared, tras la cual estaba el baño.

Preguntas a fondo

Me encontraba terminando de guardar mis cosas cuando Mirna volvió, ahora acompañada de quien estaría encargada de guiarme en las actividades que desarrollaría. Era una mujer joven, de unos 30 a 35 años, alta y delgada, de facciones finas y ojos muy vivos y penetrantes. Dijo llamarse Marieta y tras la breve formalidad inicial me entregó un test sicológico a base de figuras, que debía contestar en la hora que quedaba antes del almuerzo, que a partir de ese día compartiríamos juntos.

La semana transcurrió alternando la realización de diferentes tipos de tests -incluyendo la evaluación de mi capacidad mental para almacenar información y la realización de juegos de habilidades en una computadora- y respondiendo por escrito largos cuestionarios con preguntas de toda índole, conjuntamente con largas sesiones de preguntas y respuestas con Marieta y María. Una siquiatra con la que en más de una ocasión Marieta se acompañó, me imagino que para contar con una opinión más profesionalmente acabada a la hora de llegar a una conclusión sobre determinados aspectos relacionados con el objeto de análisis en cuestión.

En estas entrevistas solíamos ampliar sobre los datos autobiográficos que yo había aportado por escrito en las planillas que me habían sido entregadas con anterioridad. Profundizaron con detenimiento en los detalles más insignificantes o aparentemente insignificantes de mi vida, desde mi niñez hasta ese mismo instante. Abundaron desde cómo eran las relaciones con mis padres hasta las cuestiones más íntimas de mis dos matrimonios, las relaciones con mis hijos del primer matrimonio y con la hija de Ivette, mi esposa, con amistades y con compañeros de trabajo. No hubo en verdad aspecto de mi vida íntima y social que no fuera analizado y profusamente tratado en aquellas cuestiones que para ellas resultaban de importancia.

En lo que a mi respecta, si en algo puse especial atención e hice particular énfasis, fue a la hora de analizar el significado de Ivette y Daniel en mi vida, consciente de que en gran medida la aprobación final de su posible inclusión en el proyecto no dejaría de contar con la apreciación de la sicóloga y la siquiatra.

[1] Seudónimo del oficial de contacto de la Dirección de Inteligencia (DI).

De la misma serie:

http://cafefuerte.com/2011/11/01/testimonio-de-como-fui-captado-para-integrar-la-red-avispa/



http://cafefuerte.com/2011/10/26/testimonio-red-avispa-las-misiones-que-no-deben-olvidarse/

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