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domingo, 3 de julio de 2011

Testimonio: Los intentos fallidos para construirme en “agente”




El escritor cubano Angel Santiesteban, una de las más prominentes figuras de la generación literaria nacida después del triunfo revolucionario de 1959, ha decidido publicar su testimonio sobre un singular tema de nuestro tiempo: el proceso de captación de los indóciles por parte del aparato de la Seguridad del Estado.

Santiesteban (La Habana, 1966) traza en estos artículos la ruta de su calvario personal por decir No. Se trata de un intelectual que ha levantado su voz para discrepar y cuestionar al régimen cubano. Su blog Los hijos que nadie quiso recoge sus batallas recientes por labrarse un espacio de libertad de expresión dentro de la isla.

Con esta serie de artículos que comenzamos a publicar hoy en nuestro sitio, CaféFuerte inaugura el espacio Testimonios y Relatos, a manera de lecturas para el verano que ya tenemos encima. Santiesteban ganó el Premio Casa de las Américas en el 2006 con el libro de relatos Dichosos los que lloran.

LOS INTENTOS FALLIDOS PARA CONSTRUIRME EN “AGENTE” DE LA SEGURIDAD DEL ESTADO (I)


Por ANGEL SANTIESTEBAN

Saber decir que no cuando se presenta la oportunidad, sin importar lo sorpresivo, la ganancia o el costo a posteriori de la negativa, es lo que nos diferencia de las prostitutas.

Mi rechazo al régimen me llegó desde la juventud, supe que el camino era equivocado y que el pueblo cubano a través del sistema comunista jamás iba a disfrutar de una vida plena y digna como merece después de medio siglo de República.

Cómo olvidar los llamados en la Universidad que le hacían a Amir Valle cuando en plenas clases interrumpían a los profesores para sacarlo del aula y colmarlo de amenazas por lo que dijo o lo que dejó de decir. O la golpiza que le dieron en Jatibonico al escritor Jorge Luis Arzola por asistir a un Taller Literario y luego, en plena noche, lo sacaron de la celda y le repasaron la golpiza. Arzola tenía tantas diferencias y rencores con el sistema que los hacía irreconciliables.

En el año 1994 yo era un escritor poco conocido; fui apresado y llevado a las celdas del cuartel de la Seguridad del Estado en Villa Marista, sospechoso de lanzar varios Cócteles-Molotov en diversos puntos de la ciudad. Tres días con sus noches de interrogatorio me hicieron desfallecer. Era un sueño que producía desmayos, ratos de inconsciencia que eran interrumpidos por gritos, amenazas y empujones que ni siquiera podía rechazar o preferirles alguna ofensa y recordarle que tenía derechos, que estaba vivo. A la semana llegué a sentir que la muerte sería un placer.

Entonces, de imprevisto, me ofrecieron “cooperar”: sólo tenía que localizar quiénes fueron los que lanzaron los Cócteles-Molotov, “solo eso”, me dijeron. No recuerdo si levanté los hombros, moví la cabeza o simplemente en mi estado catatónico, ellos asumieron mi supuesta respuesta positiva. A las doce de la noche fui lanzado a la calle, y las casas daban vuelta y las luces me atormentaban, los ciudadanos me miraban como un alcohólico, pero gracias a la emoción de ver a mi familia, pude llegar a mi hogar.

Varios días después andaba por mí barrio un oficial vestido de civil buscándome para saber algún dato que les pudiera aportar, pero no lograron encontrarme. Me les había ocultado por el suburbio de la Güinera. Allí estuve escondido dos meses. Y esperaron. A su entender les había fallado. Comprendieron que no lograron ablandarme ni hacerme entender que a su lado estaría “protegido”, por lo que dieron paso al plan B.

Sobre mí han usado todas las variantes que, como ser humano al fin, a veces me pregunto si debía haber colaborado; pero de inmediato rechazo tal estupidez. Jamás lo haría. Sé que mi madre saldría de su tumba a vomitarme de asco. Mi hermana se cambiaría el apellido.

Y mis amigos y detractores me retirarían el saludo, porque no hay nada más despreciable que un traidor.

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