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lunes, 10 de enero de 2011

Socialismo neoliberal




.Un terremoto social se aproxima y no parece que las autoridades tengan plan de contingencia ni recursos para paliar los efectos de su propia política.



En su desesperación por conservar el poder, los hermanos Castro han creado un esperpento, llámese socialismo neoliberal o estalinismo capitalista, que se nutre de lo peor de cada casa. Consiste en despedir a cientos de miles de empleados estatales sin reconocerles los derechos sociales vigentes en las democracias capitalistas. Los cubanos pierden así los beneficios del sistema socialista —salario garantizado, libreta de abastecimiento— y no consiguen, a cambio, las ventajas de la economía de mercado, como la libertad de ejercer su profesión o de abrir un comercio. Por menos que esto han caído varios gobiernos.

En Cuba, es cierto, ya existía ese lamentable capitalismo de Estado que controla el poder sindical y explota a los trabajadores mucho más que en cualquier país genuinamente capitalista. Durante medio siglo, el régimen se ha dedicado a destruir la empresa privada para entregar al Estado el monopolio de la producción en casi todos los sectores de actividad. Con resultados tan desastrosos que la Isla se ha visto obligada a importar el 80% de los alimentos que consume. Y ahora, cuando está de rodillas y no dispone de los recursos para pagar los salarios de una plantilla abultada y poco productiva, el Gobierno echa a la calle sin contemplaciones a todos los que sobran. Según la terminología oficial, tan proclive al eufemismo, no se trata de "despidos", sino de "reordenamiento laboral" o de "actualización del modelo socialista".

Los primeros despidos han coincidido con el 52 aniversario de la revolución, el 1 de enero. Medio millón de trabajadores perderán sus empleos en 2011 y otros 800 mil en los próximos tres años. Es decir, casi el 30% de la población activa. No conozco otro caso de la misma proporción en la historia. Ni la Gran Depresión, que en su peor momento (1933) disparó la tasa de desempleo en EE UU al 24.9%. Un verdadero terremoto social se aproxima a la Isla, y no parece que las autoridades tengan algún plan de contingencia ni los recursos para paliar los efectos desastrosos de su propia política.

Los cubanos lo aguantan todo, creen sus dirigentes. En los años noventa, vivieron momentos extremadamente duros —el "periodo especial"— cuando el derrumbe de la URSS provocó la suspensión de la ayuda, generosa e interesada, de la gran potencia comunista. A partir de 2000, volvió una bonanza muy relativa gracias al petróleo de Hugo Chávez y a los dólares del exilio cubano. Chávez y Miami proveerán, piensan en La Habana.

También proveerá el sector privado, odiado durante décadas y ahora cortejado. Lo ha dicho y repetido Raúl Castro, que da la cara mientras su hermano Fidel se hace (casi) el muerto. El presidente cubano no parece, sin embargo, muy favorable a la creación de compañías privadas según el modelo capitalista, con libre competencia y seguridad jurídica incluidas. Lo que quiere es que los funcionarios despedidos se transformen en trabajadores autónomos de un día para el otro y se ganen la vida solitos, pero siempre bajo el paraguas del papá Estado, el único habilitado para dar las licencias para ejercer cualquier profesión o abrir un negocio.

Se necesita un permiso del Estado y mucho papeleo administrativo para cualquier actividad remunerada: cortar el pelo, remendar zapatos, hacer trabajos de costurera o de cocinera, ofrecer servicios de carpintería o cultivar malanga. ¿Por qué no se atreve el Gobierno a publicar un decreto autorizando la libre práctica de todas las actividades artesanales, comerciales o profesionales? No lo hace porque le tiene miedo a la libertad. Y no le falta razón. Los precedentes de la URSS y de sus satélites europeos son la mejor prueba de que la apertura económica y la libre empresa acaban con las dictaduras.

Los Castro y sus acólitos no podrán, sin embargo, mantener cerradas todas las puertas si quieren bajar la presión social creada por los despidos masivos. Y cualquier rendija será aprovechada para ganar espacios de libertad en detrimento de un Estado que ya no es capaz de proporcionar un mínimo de bienestar a la población. En estos días, tenemos el ejemplo de Bolivia, donde los propios partidarios del presidente Evo Morales han recurrido a la violencia para obligarle a anular el alza de los precios de los combustibles. Y vemos, también, cómo los tunecinos y los argelinos se han lanzado a la calle. Si los argelinos, que padecen desde 1962 un régimen tan atroz como el cubano, se atreven a desafiar a la dictadura, ¿por qué no ocurriría lo mismo en La Habana?

(Diario de Cuba)

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