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lunes, 15 de febrero de 2010

EN DEFENSA DE UN PATRIOTA CUBANO CONTRA LAS CALUMNIAS DE LA DICTADURA CUBANA!!!!!!!!!









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A medida que se aproxima el juicio contra Luis Posada Carriles —por mentiroso y no por terrorista—, se reaniman los juicios mediáticos sobre su participación en el sabotaje al DC-8 de Cubana de Aviación (Barbados, octubre 6 de 1976). La pieza periodística seminal es el libro de Alicia Coromoto Herrera Escalona Pusimos la bomba, ¿y qué? (1981), que se incluye hasta en el Programa Editorial Libertad para lecturas de niños y jóvenes, diseñado con intención de movilizarlos para la Batalla de Ideas.

Para empezar, el título se torna inconsistente, pues Herrera Escalona dijo (mayo 27, 2005) a las periodistas Alina Lotti y Felipa Suárez, del semanario Trabajadores, que los acusados "siempre le hablaron de una bomba puesta en el baño, así como de una que era llevada dentro de una cámara fotográfica". Esa otra bomba no aparece por ninguna parte en su libro. Por el contrario, la autora puntualiza que el avión cayó cuando "la explosión terminaba de hacer sus estragos".

El Alto Mando de la Batalla de Ideas parece haberse equivocado en dar con la obra de Herrera Escalona antes que con La verdad irrebatible sobre el crimen de Barbados (1986), del teniente coronel Julio Lara Alonso, que argumenta la versión oficial de dos explosiones dentro del avión.

Herrera Escalona se alzó con aquel título porque uno de los acusados, Freddy Lugo, le contó que otro, Hernán Ricardo, había gritado delante de unos soldados y un oficial en el patio de la cárcel: "Nosotros pusimos la bomba, ¿y qué?". Al parecer, ella nunca cumplió la tarea de cajón: verificar ese grito con algún soldado o con el oficial, y se contentó con la confesión de Lugo: "De que fuimos nosotros es verdad, o sea, Hernán no está diciendo ninguna mentira".

Otros muchos pasajes del libro quedaron sin investigación. Herrera Escalona narra, por ejemplo, que al atravesar con Adriana Delgado Sepúlveda una calle de Caracas, bastante rota por trabajos de construcción del metro, "la chilena mujer de Bosch" habría comentado: "Me recuerdo de un hueco igualito que dejó una bomba que pusimos en el consulado cubano en Ciudad México". Es fácil de comprobar que Adriana nunca estuvo en Ciudad México antes de viajar a Caracas. Y esto hubiera servido a Herrera Escalona incluso para reforzar su tesis de que a la esposa de Bosch le gustaba "mucho el figurao".

Confesiones y confusiones

Igual descuido suele apreciarse en las referencias periodísticas a papeles desclasificados de la CIA y el FBI, que a menudo se presentan como si fueran "de la CIA y el FBI" en lugar de lo que son: informes de terceros "a la CIA y el FBI".

Según Granma Internacional (mayo 13, 2005), Castro leyó un documento donde "se precisa que Lugo llamó a Bosch y le dijo textualmente que 'un ómnibus con 73 perros había caído por un precipicio y todos habían muerto'". Se trata de un informe secreto (noviembre 2, 1976) que recoge lo dicho por Ricardo El Mono Morales Navarrete al teniente Raúl Díaz (Policía de Miami). Solo que jugar con El Mono como fuente obliga a arrastrar su cadena.

Aparte de que atribuye la llamada a Hernán Ricardo [no a Freddy Lugo], El Mono no menciona a Bosch entre quienes asistieron a las reuniones preparatorias del sabotaje. Y en trámite extrajudicial de deposición (abril 12, 1982) declararía bajo juramento que Bosch nada tenía que ver con el sabotaje al DC-8 de Cubana de Aviación.

Esa cadena se enreda con la irrupción (más bien intrusión) en el periodismo informativo del abogado estadounidense José Pertierra, quien representa al gobierno venezolano en el caso de extradición de Posada Carriles y escribe artículos a este mismo respecto, sin conflicto de intereses. Pertierra ha difundido por doquier Una historia que debe ser contada al pueblo estadounidense. El meollo estriba en que "Ricardo y Lugo llevaron los explosivos C-4 a bordo del avión en un tubo de pasta dental y en una cámara fotográfica. Freddy Lugo y Hernán Ricardo abordaron el vuelo CU-455 en Trinidad, a las 12:15 PM, con destino a Barbados (…). Se sentaron en la zona intermedia del avión. Durante el vuelo, colocaron los explosivos C-4 en dos lugares diferentes: el baño posterior y debajo del asiento de Freddy Lugo".

Al pueblo estadounidense debe contársele también la historia del coronel Mario Martínez, quien participó en las pesquisas de los restos del avión y en las sesiones de la Comisión Especial que investigó el crimen de Barbados. El coronel Martínez contó en La verdad no cayó al mar (Granma, agosto 4 de 2006) que "la primera bomba fue colocada por el terrorista Hernán Ricardo en el equipaje de mano de una guyanesa que venía con su nieta. Su compinche, Freddy Lugo, pone la segunda en el baño de cola".

Ahí no para la cosa. Granma International reportó (octubre 14, 1998) que a second powerful nitroglycerin [not C-4] explosion in the aircraft's interior virtually destroys the plane… Y así, hasta las confesiones de los acusados se admiten con ligereza. Rosa Miriam Elizalde, por ejemplo, esgrime en Rebelión (mayo 1, 2006) que Hernán Ricardo declaró al comisario de la policía de Trinidad Tobago (octubre 17, 1976) haber "sido reclutado por la CIA en Venezuela entre los años 1970 y 1971". Se soslaya que Ricardo nació el 9 de diciembre de 1954 y habría que dar entonces el palo periodístico de la CIA reclutando a menores de edad.

Hay que hilar fino en los rejuegos de inteligencia humana (HUMINT) y contra-inteligencia (CI), porque siempre habrá informantes que vieron u oyeron rumores incriminatorios o exculpatorios, pero nunca se sabe a ciencia cierta si estaban informando o desinformando al FBI o la CIA o a la Dirección General de Inteligencia (DGI) castrista o a ambos. Lo menos expuesto a esa intriga de espías e informantes son los dictámenes periciales, que pueden y deben valorarse por su consistencia científica.

El quid campeador

En el crimen de Barbados confluyen dos dictámenes encontrados: el perito inglés Eric Newton asegura que ocurrió una sola explosión, en el compartimiento trasero de carga, aproximadamente por debajo del asiento 27 y del lado izquierdo del fuselaje; el perito cubano Julio Lara, asegura que hubo dos explosiones en el compartimiento de pasajeros: una en la cabina económica, cerca de la séptima fila de asientos, y otra próxima al baño número dos o posiblemente en su interior.

Según el coronel Martínez, Newton pensaba que sus "conclusiones cerrarían el caso. Sin embargo, le formulamos como 18 preguntas que desbarataron su tesis de que la explosión había sido en el compartimento de carga ocho, lo cual exoneraba de culpa a los autores, pues allí no dejaron equipaje". El teniente coronel Julio Lara falleció el 18 de agosto de 1986, pero ya había dado a imprenta La verdad irrebatible sobre el crimen de Barbados (1986). Aquí precisa que la segunda explosión, para poder dañar los maletines que estaban en los compartimentos de carga, tuvo que perforar el piso y la última mampara. La onda expansiva de gran potencia pasó a través del área donde estaban los cables de mando, afectándolos o destruyéndolos: la aeronave quedó fuera de control y cayó al mar.

Para el coronel Martínez, la fuerza de expansión quedó probada en el cadáver de un pasajero coreano con "envolturas de caramelos encarnadas en un muslo, casi en el hueso". Y en El odio no quedó disfrazado (Granma, octubre 5 de 2006), el teniente coronel Homero Fondes aclara que la prueba más evidente de la explosión en el baño fue el pasador de un puerta incrustado en el mamparo: se notaba que había sido lanzado desde el interior. Por la posición en que quedó un tornillo se dedujo la ubicación posible de la bomba: "en un plano inferior y dentro del baño". Así mismo, los análisis del Laboratorio Central de Criminalística (LCC) del Ministerio del Interior (MININT) "probaron el empleo de explosivo plástico de alto poder, como los utilizados por la CIA. Esta sustancia la descubrimos en un pedazo de asiento".

En cambio, el Laboratorio Forense de Explosivos adscrito al Instituto Real de Investigación y Desarrollo de Armamentos (RARDE, por sus siglas en inglés) de Gran Bretaña no encontró restos de explosivo C-4 ni evidencia de segunda explosión, sino abundante nitroglicerina en las superficies plásticas de varias maletas recuperadas. Así consta en Reseña de sabotajes con explosivos y su investigación en la aviación civil (Journal of the Forensic Science Society, Vol. 18, Nos. 3-4, julio de 1978, pp. 137-160).

Al declarar en juicio (Pieza 15, folios 206-10), el perito inglés Eric Newton trajo a colación siete hallazgos que confirmaban una explosión de dinamita en el compartimiento trasero de equipajes. Y desechó una explosión en el baño porque no hubiera causado los daños apreciados en maletas y cojines de asientos. Su asistente, el experto venezolano Carlos Alberto Fabbri abundaría (Pieza 15, folios 229-32) en que una carga con fuerza suficiente para mandar fragmentos a cualquier parte del compartimiento de pasajeros hubiera destrozado la nave en pleno vuelo.

Todavía se espera por el reportaje en profundidad que indague la pertinencia de estos criterios periciales opuestos. Desde luego que puede echársele mano a El Mono, quien también chifló al FBI que Fabbri y Posada eran "buenos amigos" y habían sido arrestados por haberle proporcionado antes a Bosch "documentación y explosivos".

Ese antes no puede ser otro que el otoño de 1974, cuando Bosch reclamó responsabilidad por sendos bombazos en Caracas a la embajada panameña (octubre 10) y al Instituto Venezolano-Cubano de Amistad (octubre 30). Bosch fue detenido por las autoridades venezolanas y puesto de patitas en Curazao, pero… ¿dónde consta el arresto de Fabbri y cómo pudo estar aún en 1976 al frente de la División de Armas y Explosivos de la Dirección de Servicios de Inteligencia y Prevención (DISIP) de Venezuela? Ni qué decir de cómo pudo engatusar a Newton.

Coda

La mesa de discusión está servida con la extraña sentencia de Pascal que Lezama citó en Secularidad de José Martí (33 Orígenes, 1953): "Sólo podemos creer a los testigos muertos en la batalla". La torre de control del aeropuerto de Seawell (Barbados) registró esta comunicación del vuelo CU-455: "¡Tenemos una explosión y estamos descendiendo inmediatamente, tenemos fuego a bordo!". Jamás se refirieron a otra explosión.

Sin embargo, el teniente coronel Fondes señala que otra expresión grabada en la torre de control: "¡Cierren la puerta, cierren la puerta!" confirma "que había sucedido algo perceptible para el piloto desde su posición, y que ocurría en el extremo izquierdo de la aeronave". Sería la segunda explosión, que dañó los controles del avión y provocó que subiera antes de caer en picada.

Para el experto venezolano Fabbri, aquella expresión desesperada trajo su causa de no cerrarse a tiempo la cabina de los pilotos, tras abrirse la escotilla delantera y comenzar a ser succionado el humo tóxico, provocado por el fuego a bordo y alimentado por la ruptura de conductos hidráulicos.

Hay qué discutir en serio ya solo cuál de los dictámenes periciales se atiene mejor a las reglas estrictas del conocimiento científico. Pero en el plano jurídico cabe apuntar que las sentencias condenatorias de Ricardo y Lugo (a 20 años de cárcel) serían conciliables con la absolución de Bosch ya sólo si se desestima el informe Newton-Fabbri, que dejó planteada la inocencia o culpabilidad en términos de todos o ninguno.


(Diario de Cuba)

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