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domingo, 3 de julio de 2016

LA GRAN VERDAD SOBRE EL FARSANTE Y VENDE PATRIA SALVADOR ALLENDE Y SUS VINCULOS CON CASTRO

lunes, 30 de septiembre de 2013

La verdad sobre Salvador Allende


Por: José Barba Caballero

Los sucesos de Chile que culminaron con el derrocamiento y suicidio de
 Salvador Allende tienen una historia muy distinta de como la cuentan los
 marxistas criollos y nuestros intelectuales de opereta. Hasta 1970 Chile
 era un país que había conquistado logros notables: educación básica y 
media superior a la de cualquier país latinoamericano y un Parlamento
 que estaba entre los más antiguos del mundo. Por esta conciencia cívica
 de respeto y tolerancia a las ideas, los chilenos se sentían orgullosos
 de ser llamados “los ingleses de América Latina”. Pero todo esto terminó
 con Salvador Allende.

Para comenzar, no es cierto que Allende recibió una mayoría absoluta del
 voto popular. En las elecciones generales de 1970 sólo obtuvo el 36.2%,
 contra el 34.9% de Jorge Alesandri y el 27.8% de Rodomiro Tomic.
 Ante tales resultados (La Constitución chilena lo estipulaba así),
 correspondió al Congreso el derecho a elegir al nuevo Presidente 
de la República. Y entonces sucedió lo increíble; la Democracia Cristiana
 (en un error histórico que todavía lloran) optó por Allende, comenzando
 así la tragedia que traería un baño de sangre sobre Chile.

Lo primero que hizo Allende en su primer discurso como Presidente de
 Chile fue romper la tradición democrática de este país diciendo,
 para asombro de propios y extraños que él no sería el Presidente
 de todos los chileno, sino que inspiraría su actuación “en los 
conflictos de clase irreconciliables de la sociedad chilena”
. En otras palabras, adelantó a todos su intención de convertir a
 Chile en un país comunista a partir de un triunfo electoral modesto 
y por demás precario.

De inmediato, el Partido Comunista, el Partido Socialista, el MIR y
 el MAPU, entre otros, comenzaron a preconizar abiertamente la
 inevitabilidad de una guerra civil. Con estos vientos cargados de caos
 e incertidumbre, a nadie le llamó la atención que la inversión privada 
y extranjera fuera cero y que a un año de gobierno allendista Chile
 tuviese que declararse insolvente y pedir una moratoria sobre su 
deuda externa. Y para que nadie tuviese dudas de hacia donde
 marchaba la Unidad Popular en el gobierno, el mismo Allende le
 declaró nada menos que a Regis Debray, que sus diferencias con el
 Ché Guevara eran sólo tácticas: “por requerir la situación chilena 
un respeto transitorio a la legalidad burguesa”. En 1971, Fidel Castro
 visitó el país y durante 30 días (como Pedro en su casa), lo recorrió
 de punta a punta arengando a las multitudes hacia la revolución.

En 1972, Chile se convirtió en la Meca de los Tupamarus y de todos los 
extremistas de América Latina, Ese mismo año comenzaron a instalarse 
las famosas escuelas de guerrilleros y se inició la importación 
clandestina de armas de todo tipo: desde ametralladoras y bombas
 de alto poder explosivo, hasta morteros y cañones antitanques de
 procedencia Checa y Soviética. Paralelamente la embajada de Cuba
 se transformó en un bunquer con más de trescientos diplomáticos
 acreditados. Así las cosas, ningún hombre de estado digno de ese
 nombre, puede sorprenderse de que sus enemigos se le opongan y
 se preparen para devolverle el golpe. Gritar, como lo hizo Allende,
 que aquellos a quienes se propuso destruir no lo apoyen, sólo revela
 infantilismo de izquierda.

A pesar de lo que digan los propagandistas marxistas y sus tontos
 útiles que pululan en nuestros medios periodísticos, la unidad popular
 de Allende, fue y permaneció en todo momento como minoría en
 el Parlamento, en los Municipios, en las Organizaciones Vecinales,
 Profesionales y Campesinas. Para 1973 perdieron el control en los 
principales sindicatos industriales y mineros. Aún así, plantearon 
la sustitución del Congreso por una asamblea popular y la creación
de Tribunales del Pueblo (algunos de los cuales llegaron a funcionar).
 Así mismo, pretendieron transformar el sistema educativo para
 convertirlo en un instrumento de concientización marxista. 
La Tercera y el Mercurio, diarios democráticos, como opositores al
 gobierno marxista, fueron clausurados por el “demócrata” Allende.

Frente a tales hechos, la Iglesia abandonó su neutralidad y la Corte
 Suprema de Justicia, por unanimidad, censuró al gobierno por el 
atropello sistemático de la legalidad vigente. La Contraloría rechazó
 por ilegales innumerables actualizaciones y resoluciones del Ejecutivo.
 En un acto insólito, el Presidente Allende se negó a promulgar
 las reformas constitucionales del Congreso, y persistió en esta actitud a
 pesar de sucesivos mandatos judiciales. De aquí la opinión del
 ex presidente Frei: “el gobierno minoritario de Unidad Popular estaba
 resuelto a instaurar una dictadura totalitaria y estaba dando los pasos para
 llegar a esa situación”.

El 7 de agosto de 1973, la Marina de Guerra de Chile anunció haber
 frustrado un complot para sublevar la flota en Valparaíso y Concepción,
 y acusó del gravísimo hecho a Carlos Altamirano, secretario general
 del Partido Socialista y a otros líderes del MAPU y del MIR, 
exigiendo el levantamiento de la inmunidad parlamentaria.
 El 9 de setiembre, dos días antes del golpe, los acusados reconocieron
 su culpa… pero ya era demasiado tarde. La destrucción de la democracia, 
de la economía y la negativa de las FFAA de convertirse en víctimas del
 comunismo, terminó de prender la pradera y el rostro de la muerte se 
enseñoreó de Chile. Aunque cabe agregar que sin Salvador Allende y
 las monumentales torpezas políticas de la Unidad Popular, el mundo 
jamás hubiera escuchado hablar de Augusto Pinochet.

Por todas estas razones, me niego a rendirle homenaje a quien no fue
 un idealista sino un dogmático, a quien no fue un demócrata sino un
 marxista que intentó convertir a Chile en una tiranía inmunda como
 lo era Cuba. Si hoy recordamos a Allende, no debe ser para
 enaltecerlo sino para censurarlo, y recordar, por siempre, que la gran
 lección que Chile nos dejó no es otra que la evidencia 
incontrastable de que el marxismo – leninismo es incompatible con
 la democracia.

Publicado en La Razón el 16 de setiembre de 2013

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