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martes, 17 de mayo de 2016

ESTE ES EL CARA DE GUANTE QUE QUIERE POSTULARSE COMO PRESIDENTE DE CUBA EN EL 2017

ASI PENSABA Y ESCRIBIA MANUEL CUESTA MORUA EN EL 2000


CUESTA MORUA Y ELIAN
ASI PENSABA Y ESCRIBIA MANUEL CUESTA MORUA EN
 EL AÑO 2000
PARA CUBANET
Elián y la dramaturgia política del cubano
Manuel Cuesta Morúa
 (Corriente Socialista Democrática Cubana)
LA HABANA, febrero - Debo empezar diciendo
 que pretendo escribir un artículo para la prensa
 sin ser periodista de oficio, oficioso o independiente.

Sigo diciendo a continuación que no lo hago, es decir, escribi
r el artículo, en mi condición de político o de alguien que 
quiere serlo. Tampoco como representante de una 
organización política opositora. Debo eximir,
 por tanto, a mis compañeros, a aquéllos que
 represento, de cualquier responsabilidad por 
las ideas que aquí pienso exponer. En cualquier
 caso, si la publicación de estos comentarios
 atrae consecuencias negativas para la izquierda
 democrática cubana mis compatriotas saben
 exactamente lo que pueden y deben hacer.

Y entro en materia con una afirmación lapidaria
 y controversial.

La agonía de la extrema derecha cubana adquiere
 un tono cadavérico. Y para que no haya dudas 
sobre esta recaída comatosa, nada mejor que
 observar el modo patético en que utiliza la
 inocencia en su combate anticastrista
 de las mil y una noches.

En el asunto de Bahía de Cochinos esta ultraderecha
 había fracasado. Pero aquella derrota militar 
conservaba una resaca épica que le daba lustre
 a los ojos de todos los combatientes de su "libertad".
 En 1961 podía decirse que sólo tenía de su parte
 un error político. Con el caso Elián, por el contrario,
 degenera su guerra en el estrépito ruidoso de una
 retirada antiestética y sin honor. Y a su error político 
agrega, ahora, un horror moral.

Así, de Bahía de Cochinos a Elián, el astro de la 
ultraderecha cubana describe una órbita que va 
de la gesta caballeresca a los gestos de desfachatez.
 Nadie podía imaginar en verdad una decadencia tan
 poco heroica.

En este exacto minuto en el que escribo sin hacer el 
cálculo de los riesgos posibles, es decir, sin hacer política
 con el ojo puesto en los otros, pienso en 1993.
 Por estas fechas, una persona que hoy se me revela
 con un coraje inmenso (a no confundir con la guapería)
 tuvo el valor de afirmar ante el rostro duro de Miami 
que, creo citar textualmente, "prefería dialogar con un
 partido comunista reformado que con la ultraderecha
 cubana". Entonces, Rolando Prats, quien era Coordinador
 de la Corriente Socialista Democrática Cubana, recibió
 una andanada de doctas críticas, con un alto costo
 para su carrera política, por parte de algunos de
 sus compatriotas.

Hoy, como decimos los cubanos, me quito el sombrero
 ante él. Tuvo la visión y la honradez de decir lo que
 pensaba sin ira y sin saña. Yo sólo lamento no haber
 defendido con la fuerza suficiente sus derechos como
 libre pensador.

Porque el anticastrismo no me parece esencialmente
 democrático. Propone destruir, y destruye, todo el piso 
ético de la conducta humana tras la meta rosa de convertir
 a Cuba en una hacienda próspera, de libertad y resurrección
 moral. Y en este modelo de conducta democrática y
 ejemplar, sustituye el debate civilizado de las razones
 por el combate primitivo de los instintos en el que la
 imagen y el cuerpo de un niño adquieren una dimensión
 sacrificial.

Elián desnuda y despedaza a la ultraderecha. 
Pocas veces he visto diseñar risueña y metódicamente 
un proyecto tan eficaz de pública autodestrucción.

Todas las derechas del mundo se retroalimentan sobre
 sus propios fundamentos. La norteamericana, a falta de
 una autoridad intelectual, busca una buena
 interpretación del cristianismo para darle gracia,
 trascendencia y cohesión a su proyecto político.
 La francesa, que respeta más a las autoridades,
 pasa por De Gaulle y a veces llega hasta Maurras para 
enfrentar la sólida maquinaria intelectual de sus 
coterráneos de izquierda. A la ultraderecha cubana, 
que con cada paso que da pierde la ocasión de convertirse
 en una derecha vistosa, no se le ocurre otra cosa
 que utilizar a un niño como baldón y texto de una
 estrategia que no ha sabido afinar. Le Pen y Haider,
 senior y junior de la ultraderecha europea, tienen
 aquí una buena oportunidad para palidecer.

Con ello, la ultraderecha no contribuye a reedificar
 el sentido de lo político. Más bien sigue haciendo 
política a la cubana: arte original por la cual el poder 
diseña, administra y echa a rodar las pasiones
 producidas por los odios.

De este modo, la política cubana asume una pose
 dramática, provocando que el dramatismo de la pelea
 por el poder se superponga a los conflictos profundos
 y reales.
Cuando Jesús Díaz nos invita a comprender el asunto Elián
 en la clave del diferendo Cuba-USA, está otorgándole al
 conflicto una densidad histórica que parece real por su
 evidencia. Pero yerra en la caracterización específica de
 una batalla absurda. Porque pocas veces los gobiernos de
 Cuba y de los E.U. han coincidido con tanta rapidez,
 si tomamos en cuenta que muchas veces no han
 encontrado el modo racional de entenderse.
 Por ello, no son los historiadores y los politólogos
 los más indicados para explicar lo que está ocurriendo.
 Este asunto pertenece al doble terreno de la axiología
 -la empresa intelectual que tiene que ver con los valores-
 y de la sicología -la ciencia social que tiene que ver con
 la forma mentis, la mentalidad. El asunto tiene efectos 
políticos, pero la política no lo explica.

Yo no veo ninguna relación causa-efecto, ninguna
 regularidad entre el rechazo al comunismo y la utilización
 morbosa de un menor para una causa política que debía
 tener banderas mayores. Veo, sin embargo, un vínculo
 muy estrecho entre la frustración y la irracionalidad.
 Y si esta frustración es resultado de aquel comunismo, 
esto sólo explica los efectos que producen determinadas
 derrotas y la estructura moral de los derrotados, no la
 reacción natural ante la expropiación, la supresión de los
 derechos humanos y la condición de exiliado.

El caso de Elián sólo podía convertirse en el asunto Elián
 porque hace mucho tiempo que el arte de la política ha
 sido sustituido entre nosotros por el arte de la dramaturgia.
 Y en este último, todo depende de los actores específicos
 del reparto. Y en el arte lo que importa a los actores es
 darle fuerza dramática a sus personajes.

Estudiar el papel una y otra vez, memorizar el guión hasta
 convertirlo en un discurso espontáneo, moverse en medio
 del trucaje y los efectos especiales, ensayar las poses más
 impactantes y lograr el mayor efecto en el espectador son
 las cosas que, básicamente, hace y busca el actor.
 También, por supuesto, dinero.

En esta conversión, poco importa que las historias
 representadas sean reales e impliquen el destino de
 una nación. Lo interesante y productivo para estos
 actores es que sus papeles no pierdan el rol protagónico,
 y que su poder y sus bolsillos no se resientan.
 Y si los espectadores deciden encender las luces de la sala,
 entornar las butacas y volverse sobre sus pies, peor,
 entonces, para ellos. No hay salidas al alcance. 
Hay una historia que representar y los espectadores deben
 convertirse involuntariamente en actores.

Dentro de esta dramaturgia cubana existe de todo:
 exageración, aullidos, golpes de pecho, gritería,
 amenazas, autismo actoral, música difónica y
 representación ridícula; al punto de que se utiliza a un
 niño en escenas obscenas para las que no está preparado.
¿Qué pretende la ultraderecha con estas 
incomprensibles cabriolas?

Atraer una vez más la luz hacia su escenario.
 Esta puede ser una buena razón política para entender
 su movida infantil. Porque hace ya un buen tiempo que
 mucha gente secretea en voz alta que la cosa se resuelve
 en Cuba y con cubanos de buena voluntad ...
 con todas las ideologías incluidas.

Y para atraer más la luz sobre su escenario, la ultraderecha
 sacrifica un conjunto de buenas causas: la causa y la suerte
 de los prisioneros políticos en Cuba, la causa de los cubanos
 que sin luz intentan, no sé si racionalmente, abrirse paso
 por nuestras avenidas para exigir sus derechos,
 la causa de aquellos norteamericanos que reclaman también
 a sus hijos secuestrados y la causa de todos los que de
 distinta manera aportan su grano de arena para la 
democratización de Cuba.

Otorga, también, un número de buenos pretextos: 
un pretexto para revivir el nacionalismo a la vieja usanza,
 un pretexto para ser fotografiada in fraganti frente a
 cubanos de nueva generación que sólo tenían una
 vaga y pobre idea de lo que las ultraderechas significan 
y un pretexto para confirmar, sé que estoy exagerando,
 que la libertad en los Estados Unidos comienza después 
de la Florida.

¿Que cuáles comentarios me suscita la postura del gobierno
 cubano frente a este asunto? Confieso que muy pocos.

Siempre me ha resultado redundante acusar al gobierno
 cubano de ser y actuar como el gobierno cubano.
 Frente a él se trata de abismar la distancia entre sus 
dichos y sus hechos. Si logramos que no se comporte 
como dice, de seguro que habremos avanzado un buen 
trecho en nuestros propósitos; si no, habremos fortalecido
 nuestras convicciones.

De modo que en mi opinión, las autoridades cubanas
 han actuado, en este caso, con método, su método.
 Y aunque quisieran, no podrían manipular a Elián.
 Otra cosa es que se han aprovechado del asunto Elián.
 Pero, no conozco clase política alguna que no saque
 ventajas de una situación que no ofrece costos. 
Y repito, según su método.

Juegos de habilidad pública con el calendario
 (las famosas 72 horas), marchas reales para muchos
 y virtuales para todos -que actúan como espesos
 telones para cubrir unos cuantos desplazamientos 
hostiles de la policía política- mesas redondas de expertos
, chistes callejeros, sensibilidades sinceras y 
hastío social constituyen el cóctel revolucionario de los
 últimos cuarenta años.

Sé que el gobierno cubano podía haber actuado de otro
 modo. Aplicar una política de Estado, respaldando al
 padre de Elián con un buen equipo de jurisconsultos,
 estaba entre las opciones político-administrativas
 para afrontar el caso. Pero yo puedo asegurar, desde 
mi corta experiencia política, que allí donde las
 autoridades cubanas puedan aplicar una política
 revolucionaria, en sustitución de una política de Estado
, dirán: aquí yace nuestra mina de oro.

La cuestión es saber si podemos actuar contra el fondo 
de nuestra propia memoria histórica para evitar que se 
repita nuestro calendario sempiterno, y si en nuestro 
debate político nos está permitido actuar como los otros.

Las autoridades cubanas constituyen esos otros que
 un buen día decidimos no imitar. En esto existe un
 común acuerdo. El asunto Elián demuestra, para los
 que albergaban dudas, que existen otros "otros" a 
los que tampoco se puede imitar.

Los otros "otros" son la ultraderecha.

Y la caída lenta y precisa del telón sobre su escenario es
 un dato que circula por todas las capitales del mundo
 civilizado. Hecho inadmisible para ella, busca a toda 
costa, y sin reparar en los costos, reafirmarse como la
 testa coronada de la democratización de Cuba.
 Intenta hacer ver, y no pocas veces lo ha logrado,
 que los únicos adversarios de talla, poder y capacidad
 se mueven en sus pasillos y lunetas, y que su
 desaparición dejaría las cosas en Cuba más o menos
 como están. No pocos en el mundo les han creído y
 de paso nos han visto, a los cubanos de adentro, 
como unos corifeos sin voz propia, música y guión.
 Ello, ha alimentado su pretendida capacidad para
 ofrecer sinecuras, legitimidades e investiduras.

Pero Elián ofrece una buena oportunidad, no para
 aprovecharnos políticamente de él, sino para advertir
 que el anticastrismo no guarda ninguna relación con
 los soportes éticos y estructurales de la democracia,
 y que la posibilidad de desdramatizar el conflicto cubano,
 si es que queremos hacer política posible, pasa por
 deshacernos de sus virulencias.

En cuanto a mí, sólo puedo estar en este caso del lado
 del derecho y de los valores humanos.
 Del lado de Cuba y de Juan Miguel.

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