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domingo, 25 de octubre de 2015

Hospitales cubanos: camillas por propinas


Hospitales cubanos: camillas por propinas

Las mejores condiciones son para el que pueda pagar más
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(foto de archivo)
(foto de archivo)









LA HABANA, Cuba – A diario los medios de difusión masiva dedican algún espacio a ponderar los logros, la calidad y la eficacia del sistema cubano de salud pública. Sin embargo, cada año se hace más difícil soportar estar ingresado en cualquiera de las instalaciones hospitalarias destinadas al pueblo, donde el abandono y el maltrato gubernamentales son notorios.
Resulta entonces paradójico que el doctor Roberto Morales Ojeda, ministro de Salud Pública, declarara cierta vez durante un encuentro con la prensa nacional (periódico Juventud Rebelde, 13 de marzo de 2014): “No existe justificación alguna para que en nuestras instalaciones hospitalarias no concurran las condiciones mínimas indispensables para la estadía de un paciente y su acompañante, pues está garantizado el aseguramiento de sábanas, toallas, piyamas, jabón, tela verde y mobiliario, entre otros, y de no ser así, la causa radicará en problemas internos de la administración de la institución”.
El criterio de algunas personas con las que comenté las declaraciones del ministro, es que se refería seguramente a los hospitales destinados a la cúpula gobernante, porque si visitara cualquier otro le bastaría una simple mirada para comprobar que las camas están desvencijadas, que no existen asientos para acompañantes, tampoco sillas de ruedas para trasladar enfermos, los colchones están manchados de secreciones y desechos humanos y la poca ropa existente está percudida y rota y solo la usan los enfermos de pobre solemnidad. Sería oportuno, además, que el señor ministro hiciera la visita de incógnito y en el horario de almuerzo.
Hace unos días me contaba una vecina que llevó a ingresar a su esposo al hospital Julio Trigo. Como su cónyuge no caminaba ya, salió en busca de una camilla para trasladarlo hacia la sala de geriatría. Luego, cuando su sobrino la vio regresar con las manos vacías, fue a buscar una silla de ruedas, pero en cambio regresó con un camillero. Este, muy amable, acomodó al enfermo y lo subió por el ascensor hasta la sala. Le buscó una cama sana y un colchón aceptable. Al despedirse les dijo que para cualquier cosa que necesitaran él estaría en el cuerpo de guardia. La tía, extrañada, le preguntó al sobrino si lo conocía, y este, sonriendo, le respondió: “Sí, de un regalito de 5 chavitos (CUC)”.
Pero de las camillas perdidas hay más de una historia, aunque la prensa no lo recoge así. La semana pasada, mientras hacía la cola para pagar la electricidad, acerca del tema una mujer me comentó: “El camillero es el que abre el camino en un hospital: por 2 CUC te lleva al técnico de rayos x, al médico para que analice la placa, y al técnico que te tiene que enyesar el pie. Se lo digo por experiencia, porque hace poco yo misma tuve una fractura”.
Sorprendida, le pregunté: “¿Pero cobran eso descaradamente?” A lo que ella me aclaró: “Claro que no; es un regalito, una propina, si le quieres llamar así”.
Jorge Izquierdo es un anciano hipertenso de 84 años. En su última consulta, la geriatra le recomendó medirse la presión arterial con frecuencia. Pero cuando va a la posta médica siempre hay un impedimento: o la doctora no está, o es día de embarazadas, o está la enfermera sola pero no tiene el equipo. Preocupado por su situación, Jorge decidió ir al policlínico. Pero no es solo hacer la cola para que lo atienda el médico de guardia. Es que este, al tomarle la presión, lo regaña y lo manda para el consultorio. Ahora está esperando a que llegue el aparato que le pidió a un sobrino de los EE.UU., a ver si así por fin puede tomarse la presión sin sobresaltos.
Yamila –una embarazada epiléptica– sufrió un ataque con 18 semanas de embarazo. De la escuela donde trabaja la llevaron para el hospital gineco-obstétrico Hijas de Galicia.  Cuando la madre y el hermano llegaron, la tenían en una camilla en el cuerpo de guardia, y aunque ya había recobrado el conocimiento, se sentía muy cansada y aturdida y volvió a convulsionar. Al inquirir sus familiares por qué no la ingresaban, les respondieron que porque no había camas. Y aunque la doctora de guardia decía que había que trasladarla pronto para cualquier hospital, la ambulancia no aparecía. Solo cuando el hermano comenzó a gritar y a exigir responsabilidades, el vehículo apareció al momento.
Por fortuna, finalmente la joven fue debidamente atendida en el Clínico Quirúrgico Enrique Cabrera (el Nacional), donde la ingresaron en la sala de terapia intensiva.

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