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miércoles, 14 de octubre de 2015

“Éramos esclavos, ¿quién iba a protestar?”

“Éramos esclavos, ¿quién iba a protestar?”

En Cuba ha sido habitual el empleo de mano de obra infantil en los planes económicos del gobierno
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Mamanantuabo (148) (Medium)
“Las normas de trabajo eran casi las mismas que las de un campesino” (foto tomada de Internet)
LA HABANA, Cuba.- “Pasábamos hasta una semana sin bañarnos (…), nos obligaban a ir al campo y si no cumplíamos la norma [de trabajo agrícola] nos dejaban hasta por la noche, traían un tractor para que iluminara los surcos y, hasta que no cumplíamos la norma, no podíamos regresar (…). La comida era un sancocho, pero había tanta hambre que uno se comía cualquier basura que le pusieran delante. (…) La puerta del albergue la cerraban con candado cuando daban el silencio a las 10 [de la noche] y no la volvían a abrir hasta el de pie [a las 6 de la mañana] pero por la madrugada nos escapábamos por las ventanas para robar pan en el almacén, nos escondíamos en el sótano y cuando llegaba el carro, salíamos sin hacer ruido y nos llevábamos el pan (…). Casi todas las noches metían apagón y era peor. Con luz era horrible, imagínate sin luz”.
“Mi mamá iba a verme los fines de semana en un camión que salía de La Habana, era un camión de volteo [de carga, sin cubierta], yo prefería que no fuera porque a veces llegaba empapada y eran como tres horas de viaje. (…) Hay fines de semana que [los padres] se daban el viaje por gusto porque no nos dejaban verlos (…). Si no cumplíamos la norma teníamos que recuperar los fines de semana. (…) Cuando la recogida [de naranjas] se atrasaba o anunciaban que venía un ciclón, suspendían las clases y nos llevaban para el campo hasta que no quedaba ni una naranja en las matas. (…) Éramos esclavos, ¿quién iba a protestar?”.
Los testimonios anteriores pertenecen a dos ex estudiantes del antiguo sistema de becas para niños de secundaria y preuniversitario que, bajo el pretexto de la benéfica vinculación pedagógica del estudio con el trabajo, se mantuvo vigente en Cuba, de modo generalizado, hasta el año 2009.
Según las declaraciones que funcionarios del Ministerio de Educación hicieron en su momento a la prensa oficialista, la poca sustentabilidad económica del proyecto ―puesto en práctica a mediados de los años 60 e impuesto de manera obligatoria después del Congreso de Educación y Cultura de 1971― fue la que finalmente forzó el cierre de las becas.
Sin embargo, basados en los testimonios de profesores, alumnos y padres que vivieron la experiencia pero, sobre todo, en los mismos documentos oficiales que sirvieron como base teórica a la misma, y donde explícitamente se alude a lo que hoy en día los organismos dedicados a la protección de la infancia reconocerían como “trabajo infantil”, hay quienes afirman que la clausura de las becas en verdad es consecuencia de las presiones que ejercen los tiempos actuales sobre un gobierno desesperado por mejorar la imagen que proyecta hacia la comunidad internacional. ¿Cuánto de cierto pudiera haber en esto?
Interior de un albergue en una escuela al campo (foto cortesía del autor)
Interior de un albergue en una escuela al campo (foto cortesía del autor)
“Las normas de trabajo eran casi las mismas que las de un campesino, la diferencia era el tiempo en el campo, que era de media jornada pero recuerda que después venían las horas de trabajo voluntario, que era casi todas las semanas, la recogida de áreas verdes, la limpieza de los albergues y las aulas, la preparación militar, eso ocupaba más tiempo que la docencia”, dice Armando Serafín Nodarse, que entre los años 1976 y 1987 ocupara cargos de dirección en varias ESBEC (Escuela Secundaria Básica en el Campo) e IPUEC (Instituto Preuniversitario en el Campo), en la antigua provincia Habana.
“Era la idea de vincular el estudio con el trabajo, nada descabellada, pero todo el que vivió el momento y ahora lo analiza fríamente a la distancia de los años, se da cuenta de que fue la fórmula de la que se agarraron para enfrentar lo que no podían cumplir y, como se dice, matar varios pájaros de un tiro”, afirma la profesora jubilada Rosalía Puig, que estuvo vinculada, desde el Ministerio de Educación, al proceso inicial de implementación del sistema de becas: “Habían prometido educación gratuita para todos pero eso implicaba gastos que ni el gobierno más rico del mundo podía asumir, así que lo que hicieron fue poner a los muchachos a producir, a trabajar. (…) Aparentemente la educación era gratuita pero en verdad esos millones de niños se pagaron sus estudios sudando bajo el sol, en los campos, y hasta puede decirse que les pagaron los estudios a los hijos de papá, porque esos no iban al campo sino a escuelas especiales (…). Fueron muy astutos, y las ideas de Makarenko les llegaron en el momento justo. Ya en los 70 mucha gente comenzó a desmarcarse del proceso y qué mejor modo de ideologizar a los jóvenes que separándolos de sus familias, encerrarlos, aislarlos, convertirlos en masa moldeable y a la vez en fuerza de trabajo. (…) Hay que ver cómo se elaboraban los planes docentes, siempre inspirados en las experiencias soviéticas, muy bien enfocadas en trabajar las mentes de las masas (…). Esas cosas no se podían hacer en una escuela con un sistema tradicional, había que aislar, desconectar. Si el país estaba desconectado del mundo, esos niños estaban doblemente desconectados de la realidad”.
“¿Quién dice que era trabajo infantil?, nadie estaba forzado a ir a trabajar al campo”, dice Rogelio Chapeaux, un ex profesor de preuniversitario que actualmente se desempeña como asesor en una Casa de Cultura: “era un sistema bien estudiado que incluso aliviaba a los padres con los gastos de transporte, de alimentación. (…) El gobierno no ganaba nada con eso, el trabajo era solo para enseñarlos a ser fuertes y que todo es fruto del esfuerzo (…). Yo no niego que hubiera directores de escuela que abusaran o que llegaran a acuerdos con los de la agricultura para beneficio personal pero son casos aislados. Nunca se habló de trabajo infantil”.
Niños de una escuela en el campo en labores agrícolas (foto cortesía del autor)
Niños de una escuela en el campo en labores agrícolas (foto cortesía del autor)
En el discurso durante la inauguración de unas de las primeras ESBEC, el 7 de enero de 1971, el propio Fidel Castro revela una de las verdaderas causas de la generalización del sistema de becas en el campo: la escasez de mano de obra adulta: “Se acaba de realizar el censo de población. Y de una población de ocho millones y medio de habitantes aproximadamente, 3 millones 443 mil tienen de cero a 16 años de edad; de ocho millones y medio, casi 3 millones y medio tienen menos de 16 años, que visten, calzan, consumen alimentos, hay que alojarlos, hay que educarlos, hay que producir libros para ellos, hay que dedicar enormes recursos humanos a su educación (…). Y eso tenemos que hacerlo dependiendo de una economía en que su producción fundamental se realiza básicamente en forma manual”.
En un informe para la Oficina Internacional de Educación, de la UNESCO, elaborado por directivos del Ministerio de Educación en el año 1974, titulado “La Escuela Secundaria Básica en el Campo: una innovación educativa en Cuba” [Editorial de la Unesco, París, 1974], aunque enmascarados en la retórica del discurso oficial del momento, los datos ofrecidos descubren la clara intención del gobierno de beneficiarse del trabajo infantil en un país donde la mano de obra adulta es escasa para enfrentar los planes de producción con los que pretendían alcanzar, en menos de una década, un crecimiento económico superior al de los Estados Unidos:
“(…) prácticamente el 42% de los habitantes [de Cuba] están por debajo de la edad laboral, y sólo el 32% de la totalidad está ocupada en actividades económicas”, dice el informe citado que, más adelante, señala: “Estas escuelas se construyen y organizan íntimamente relacionadas a los planes de producción agrícola: cítricos, frutales, cafetos, vegetales. (…) porque en las condiciones de nuestro clima, 500 hectáreas de cítricos ―por ejemplo― bien atendidas por 500 jóvenes que integran la población escolar de cada centro, producirán más que suficiente para sufragar todos los gastos de la escuela. (…) Esto obliga a establecer una estrecha coordinación entre las actividades productivas y las actividades educacionales. El responsable del plan agrícola forma parte del Consejo de Dirección del Centro y el responsable de trabajo productivo del Centro integra el consejo de administración del plan [agrícola] (…). Los alumnos trabajan tres horas diarias en el campo, de lunes a viernes (…). El valor de lo que producirán con energía y entusiasmo (…) permitirá fundar nuevas escuelas y fomentar nuevos planes económicos. (…) podemos hacer planes de construcción para 1 200 edificaciones en los próximos diez años”.
Entre los acuerdos adoptados en el Primer Congreso de Educación y Cultura de 1971 se encuentran declaraciones, tomadas posteriormente como normativas, que buscan disfrazar de método educativo lo que a la luz de las propias concepciones de la época no era otra cosa que trabajo infantil:


Un informe del MINED de 1974 clasifica las escuelas según los cultivos en donde trabajaban los estudiantes. Fuente UNESCO, 1974 (cortesía del autor)
Un informe del MINED de 1974 clasifica las escuelas

según los cultivos en donde trabajaban los estudiantes. Fuente UNESCO, 1974 (cortesía del autor)
“Es muy importante que [los estudiantes] se identifiquen con su papel de productores. Ayuda mucho dentro de esta concepción, el establecimiento de normas de trabajo para los alumnos de acuerdo al tipo de labor y a la edad de los educandos. (…) Un joven que se habitúe al cumplimiento de normas de trabajo, adquirirá un aprendizaje de gran valor moral para su participación activa dentro de una sociedad sin explotadores”.
El empleo de mano de obra infantil en los planes económicos del gobierno ha sido una práctica habitual desde los mismos inicios del proceso político. Tal como se refleja en la prensa de la época, tan temprano como 1962, miles de niños y adolescentes fueron involucrados en las labores de recogida del café en las montañas del Oriente cubano.
Según cifras del propio Ministerio de Educación, en abril de 1966, en granjas de Camagüey, laboraron cerca de 17 mil estudiantes, más de la mitad de ellos provenientes de las escuelas secundarias básicas y de los institutos preuniversitarios de la capital. Para finales de los años 90, según datos del Centro de Estudios de Población y Desarrollo y la Oficina Nacional de Estadísticas, existían en Cuba cerca de seiscientas escuelas vinculadas a la producción agrícola, lo que permite calcular que, cada año, cerca de medio millón de niños en Cuba fueron obligados a trabajar como si fuesen adultos.

Acerca del Autor

Ernesto Pérez Chang
Ernesto Pérez Chang
Ernesto Pérez Chang (El Cerro, La Habana, 15 de junio de 1971). Escritor. Licenciado en Filología por la Universidad de La Habana. Cursó estudios de Lengua y Cultura Gallegas en la Universidad de Santiago de Compostela. Ha publicado las novelas: Tus ojos frente a la nada están (2006) y Alicia bajo su propia sombra (2012). Es autor, además, de los libros de relatos: Últimas fotos de mamá desnuda (2000); Los fantasmas de Sade (2002); Historias de seda (2003); Variaciones para ágrafos (2007), El arte de morir a solas (2011) y Cien cuentos letales (2014). Su obra narrativa ha sido reconocida con los premios: David de Cuento, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en 1999; Premio de Cuento de La Gaceta de Cuba, en dos ocasiones, 1998 y 2008; Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, en su primera convocatoria en 2002; Premio Nacional de la Crítica, en 2007; Premio Alejo Carpentier de Cuento 2011, entre otros. Ha trabajado como editor para numerosas instituciones culturales cubanas como la Casa de las Américas (1997-2008), Editorial Arte y Literatura, el Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Música Cubana. Fue Jefe de Redacción de la revista Unión (2008-2011).

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