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domingo, 30 de agosto de 2015

El pueblo cubano, reflejo de su dictador

El pueblo cubano, reflejo de su dictador

El pueblo cubano, reflejo de su dictador


   
Cada pueblo tiene el gobernante que se merece. Esta afirmación, de entrada, pudiera provocar airados
 rechazos en muchos, aunque la verdad, si los analizamos, resultan ser más viscerales que racionales,
 sobre todo entre aquellas personas con capacidad de pensar y que tienen la desgracia de residir en 
un país en el cual las cosas nunca han andado como debieran, pero que en los últimos 60 abriles han
 ido de mal en peor.
La afirmación, que no es ninguna novedad, ha sido atribuida equivocadamente al filósofo y político 
Nicolás Maquiavelo, pero en realidad es de otro italiano, José de Maistre (1753-1821), que sostuvo
 que cada pueblo o nación tiene el gobierno que merece. Ya que esto sonaba bastante agresivo,
 otro eminente pensador europeo, pero del siglo XX, el francés André Malraux (1901-1976), modificó
 la sentencia de José de Maistre y dijo que no es que los pueblos tengan los gobiernos que se
 merecen, sino que la gente tiene los gobernantes que se le parecen. Suena más decente 
pero resulta igual de trágico. En nuestro hemisferio tenemos la breve pero contundente sentencia
 de José Martí: “Pueblo que soporta a un tirano, lo merece.” Cualquiera de las tres modalidades
 resulta altamente incómoda para el ego de muchos cubanos. ¿Se parece o merece el pueblo
 cubano a los hermanos Castro y a sus descendientes? Resulta vergonzoso, pero si somos 
capaces de ejercer un mínimo de autocrítica, veremos que algo hay de razón en esa afirmación.
¿Será posible que los cubanos estuvieron condenados a ese “inevitable” destino? En parte. Y digo
 en parte, porque en este mundo de las formas no hay nada absoluto: ¿ no habrá el yo colectivo
 del pueblo cubano edificado un propio destino en cuyo espejo se reflejan los gobernantes de la
 República de Cuba en todas sus épocas?
Cuán imperecedero y verídico resultó el axioma del presidente Estrada Palma: “Cuba es 
una República sin ciudadanos”. La preposición de Estrada Palma no excluye a los gobernantes,
 quienes son de hecho parte íntegra, un espejo del mismísimo pueblo. Los gobernantes cubanos 
han sido el espejo de su propio pueblo a lo largo de la historia. La frase del primer presidente 
de la isla definiría al cubano en cualquier época, desde su origen republicano hasta el presente
. Sin generalizar, habría que destacar la perversidad endémica del pueblo cubano en toda su 
experiencia, el bajo nivel político, cívico y social más allá de lo que se pueda estudiar en
 una universidad. El nulo respeto que invariablemente manifestó el cubano en toda su historia 
por las instituciones, por la Carta Magna, por la Constitución de la República, irrespeto que 
venía desde el presidente de turno (como en el caso de Alfredo Zayas), pasando por los 
miembros del gobierno, la oposición y la prensa, hasta terminar con el más simple de los
 “ciudadanos,” constituye una innegable realidad.
Esta total ignorancia cívica y democrática, y el egoísmo personal, así como el poco respeto que
 siente un cubano por otro cubano (la escisión histórica del cubano), hicieron que 
elementos extremistas y oportunistas del comunismo local e internacional pudieran 
encontrar en Cuba las condiciones idóneas para desestabilizar el país desde 1933 
en lo adelante. La desestabilización y el estancamiento producidos por los elementos comunistas
 duraría, al menos, 10 años después de la caída de Machado, pero la influencia y los efectos 
nefastos del comunismo han continuado haciendo estragos hasta el presente. Es justo señalar,
 por ejemplo, el oportunismo y el arribismo de muchos políticos de oposición que, ansiosos de poder,

 colaboraron con la desestabilización del país y con los comunistas; fueron los casos de Menocal y
 Miguel Mariano Gómez y Arias, Alcalde de La Habana e hijo de José Miguel Gómez.
El comunismo, bajo la máscara de los movimientos sindical y estudiantil, era practicado por elementos
 gansteriles y por revoltosos terroristas universitarios, quienes generaron olas de violencia nunca antes
 vistas en los centros urbanos de la isla. La respuesta represiva del gobierno (en el caso de Machado)
 fue tan sólo una reacción defensiva y natural a la violencia comunista. Gerardo Machado, dicho sea de
 paso, no era ningún santo, era otro espejo o reflejo de la psicología del cubano corriente y común: 
un tipo no muy culto, con inteligencia natural para los negocios y con grandes ambiciones 
personales. Justo es mencionar, sin embargo, que a pesar de que poseía ese deseo enfermizo 
que tienen los presidentes latinoamericanos de perpetuarse en el poder, y la “picardía” malévola
 e innata del cubano, fue uno de los líderes políticos que más hiciera por Cuba en toda su historia.
 Las huellas de su magnificente obra todavía pueden apreciarse a lo largo y ancho del país.
Lo más lamentable de todo es que los elementos comunistas cubanos ( “buenos” imitadores y
 copiadores, como todo cubano), no tenían ni la más remota idea de lo que sucedía realmente al 
otro lado del Atlántico, en el país de los Soviet, mal sobre el cual ya había advertido el apóstol 
José Martí; mal, porque la filosofía marxista-leninista no se ajustaba a nuestros rasgos culturales 
ni históricos (aunque digno es observar que el marxismo-leninismo no se ha ajustado a ninguna
 otra cultura nacional desde su surgimiento como ideología).
El ignaro intelectual cubano, el vehemente e indocto estudiante universitario —valga la antítesis—, 
se ciñeron a la ideología de un país que estaba más atrasado que Cuba en aquel entonces, 
acogieron una realidad peor que la que podían haber vivido en la Cuba de la “Gran Depresión”.
 Mientras, el pueblo, sin distinción de capas sociales, carecía, como carece hoy, de la más 
elemental conciencia política, votaba siempre por el mejor postor, sin profundizar en sus 
credenciales ni en su agenda. Votaba casi siempre la gente (viva y muerta) por el que
 proporcionara las mejores “botellas” y favores, sin importarle el fondo, la razón ni las 
consecuencias de cada acontecimiento que iba tejiendo la historia.
Además, los pocos cubanos que en los años mil novecientos treinta pudieron visitar Rusia, 
solo conocían Moscú o cualquier otra ciudad de bajo desarrollo de la Unión Soviética, una nación 
enorme, pero con todavía altos vestigios de feudalismo en aquella época. La inmensa mayoría de
 los visitantes nunca pasaba más allá de la capital, por la desconfianza que ya en aquel período
 tenía el régimen soviético de todo elemento foráneo, en el que percibía a un potencial enemigo. 
Los extranjeros, sin importar su ideología, eran individuos provenientes de sociedades burguesas,
 por ende, eran poco confiables para el aparato soviético, por lo que no le daban demasiada información 
ni libertad de movimiento. La mayoría de los revoltosos acogieron con beneplácito las ideas 
del comunismo internacional sin saber que atesoraban y diseñaban, ya desde ese entonces,
 la futura y total destrucción de Cuba.
Por otra parte, la prensa, espejo cabal de la mentalidad del pueblo, en Cuba creció prostituida desde 
sus inicios. No era libertad de prensa lo que existía, sino un grotesco libertinaje paternalista.
 El periodismo era quizá uno de los peores enemigos de la sociedad y de la democracia cubana. 
No era un periodismo honesto, no se escribía una línea a favor de la verdad si el “periodista”
no era subvencionado o pagado por el gobierno de turno, ya fuera mediante subvenciones directas
 o a través de “botellas” (pagos de al menos 500 pesos mensuales por detrás del telón a ciertos
 periodistas de diferentes medios, una suma sustancial para la época). Ese fue un cáncer que alcanzó 
su punto álgido durante el gobierno de Alfredo Zayas, arquetipo del pícaro jodedor cubano,
 hecho a imagen y semejanza de su propio pueblo. En el transcurso del susodicho gobierno, 
se utilizaba el dinero de la Lotería Nacional para las prebendas y “botellas” de los periodistas 
de los diferentes órganos de prensa del país.
Más adelante podemos ver cómo Fulgencio Batista (persona en cuyo reflejo se pueden advertir 
perfectamente muchos de los defectos del pueblo cubano) llegaría a tener una estrecha relación 
con los comunistas de aquella época; llegó al poder con el apoyo de los rojos, y ganó su primera 
elección en buena medida gracias a ellos, ¡tanta era la pujanza que habían alcanzado ya para 
aquel entonces los comunistas! Es justo declarar que, a pesar de ello, y aunque no sea la idea 
central de este escrito, el primer mandato de Batista significó uno de los más prósperos y 
democráticos momentos en la historia política y económica de Cuba, al igual que lo fue 
el primer gobierno de Machado. Sin embargo, Batista, como fiel paradigma de cubano sencillo, 
pícaro y oportunista, ya le había vendido el alma al diablo; los sindicatos de trabajadores
 estaban controlados mayoritariamente por la mafia comunista del P.S.P., que entonces 
formaba parte del gobierno batistiano.
Pero en 1952, cuando Batista se pasara de listo y protagonizara el golpe militar, tras el cual
 disolvió el Congreso, suspendió la Constitución de 1940 e ilegalizó todas las formaciones
 políticas, sin nunca alcanzar el poder totalitario que ostentan los Castro, los comunistas 
se le viraron con ficha. Realmente, se habían virado los comunistas en contra de la República
 desde antes. Durante tiempos del macarthismo, los comunistas perdieron la influencia con 
Batista, pero dominaban sustancialmente los medios informativos de la isla (lo que facilitaría
 eventualmente la difusión del discurso “La historia me absolverá” a través de la radio y la 
propaganda subversiva de los revoltosos; asimismo, había criado Batista el cuervo que sacaría
 sus propios ojos; era inclusive Fulgencio compadre del patriarca de la familia Castro Ruz.
 Ello explica el por qué Batista no ejecutó a ninguno de los Castro después del asalto al
 Moncada (sobre todo a Fidel, el principal responsable). A Raúl no le pasó absolutamente 
nada, pues era el ahijado del dictador, mas ese sería otro tema. Washington y Moscú estaban en
 los comienzos de la Guerra Fría desde finales de los años cuarenta. Obviamente, el dictador 
oriental respondía a los americanos y los comunistas a Moscú, por lo que el aumento de las
 tenciones entre estos dos centros de poder se iba a reflejar inevitablemente en el panorama 
político de la mayor de las Antillas.
Erigido en dictador, Batista consiguió reprimir la primera intentona comunista de 1953, 
encarcelando a su revoltoso, oportunista y patrañero ahijado, Fidel Castro. Este último
 negaba su perfil comunista, mas sus acciones indicaban todo lo contrario, pues, 
¿cómo se podrían dilucidar los episodios terroristas al mejor estilo bolchevique 
ejecutados por el movimiento 26 de Julio y otras organizaciones subversivas en La Habana y 
Santiago de Cuba? Todo el pueblo estaba hipnotizado y ciego ante el magnetismo del joven
 Castro, se tragaban las mentiras, no podían percatarse de su argucia, lo que es diáfanamente
 natural (pues hablaba el futuro caudillo en el mismo lenguaje de su pueblo, el cual rara vez había 
estado expuesto a un lenguaje veraz). Según Fidel, su “misión” era la de regresar a Cuba 
a la Constitución de 1940 y restablecer la democracia en el país.
Asimismo, el pueblo iba a demostrar su innata miopía política una vez más; fundamentalmente
 las clases pudientes e intelectuales cubanas (pero sin excluir al resto), las cuales iban de 
manera activa a auxiliar la causa de la gran estafa, una estafa en la que se encerrarían todas
 las estafas que venían sucediendo en el seno de la república hasta ese momento. Esa era
 la estafa que serviría como espejo del cubano y de su historia republicana. Una estafa que 
tendría como fin reflejar la figura del dictador totalitario como espejo de su propio pueblo — 
pueblo y gobierno dos partes íntegras, unificadas de una misma esencia.
Si no fuera de esta manera, ¿cómo se podría explicar que una Berta Soler organice un 
mitin de repudio (una de las clásicas prácticas represivas del gobierno totalitario) en
 contra de una de sus propias compañeras? ¿De qué manera pudiéramos comprender
 que cierto periodismo independiente y disidencia se hayan “convertido” en negocios 
rentables, cuyos activistas compiten principalmente por protagonismo y por el dinero proveniente 
del exilio, en vez de concentrarse en el verdadero objetivo, lograr la libertad de Cuba? 
¿Si no fuesen un espejo de sus mentirosos y patrañeros gobernantes podrían muchos
 “periodistas independientes” y “disidentes” actuar de esa manera? ¿Cómo es posible
 que la primera prioridad del disidente sea criticar o marginar las actividades de sus 
competidores para preservar su poder y el acceso a los recursos, sino fuese una astilla del 
mismo palo gobernante? ¿Cómo se podría dilucidar que después de 56 años de oprobio,
 marche el pueblo con alegría y entusiasmo —vistiendo sus mejores galas llegadas desde 
el monstruo que se extraña— en la Plaza Cívica, rindiendo honores a su amo, demostrando 
ser la “otra” mitad, el espejo de ese gobernante totalitario? ¿Cuál sería la lógica detrás de la 
celebración del derrumbe de sus viviendas, de la libreta de abastecimiento, de la falta de 
leche para sus niños, de la pasta de dientes, del papel para limpiarse el ano y hasta de 
la más elemental dignidad humana, si no fuese el pueblo un reflejo esperpento de su inmoral 
gobernante y viceversa?

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