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domingo, 25 de octubre de 2009

LAS TEMPORALES

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Por Guillermo Fariñas

La Chirusa, Villa Clara, octubre 22 del 2009, (PD) Cual modus vivendi, la prostitución en la Cuba castrista no tiene barreras socio-morales de ningún tipo. Ante las carencias de valores éticos en la mayoría de las generaciones que conforman la Cuba de hoy, el acto de entregar el cuerpo a cambio de algo ya se hace natural. Con el gran cúmulo de penurias materiales por el que transita la mayor parte de la población de la isla, no son pocas las personas que usan el sexo como mercancía canjeable.

Se conoce que las relaciones sexuales son algo con un valor agregado, debido a que se cotizan en moneda libremente convertible. De ahí, que aquellas féminas desesperadas en el plano material se vean en la necesidad perentoria de acudir esporádicamente a comerciar sus caricias eróticas por un servicio dado, lo que las transforma en meretrices de una manera transitoria y casuística.



Si se parafrasea a la Santa Biblia, se podrá leer: “De todo veremos en la Viña del Señor”. Eso es lo que pasa con este sui generis fenómeno de prostitución. Que mujeres con una imagen social adecuada y quienes en apariencia cumplen las normas sociales aceptadas, se transformen en prostitutas.

Pueden ser amas de casa o trabajadoras, estar en el grupo de las técnicas con nivel superior o solo ser obreras calificadas. A la vista pública de la comunidad donde conviven, se les tiene por personas cabales y cumplidoras de los cánones morales. Sin embargo, la más dolorosa de las indigencias ronda sus casas día a día y esta las compulsa a prostituirse. La problemática a la que se enfrentan cotidianamente es cómo sobrevivir el día presente, para el de mañana, ya se verá.

En las barriadas de la ciudad de Santa Clara, se escuchan anécdotas, donde los albañiles funden una placa de concreto para un techo, por la nimiedad de unas cinco fornicadas. O un pintor de brocha gorda engalana toda una casa, por tener derecho a acostarse una vez con la dueña de la vivienda. Soldadores de rejas para portales, puertas y ventanas que reciben atenciones sexuales privilegiadas, si confeccionan estos medios de protección ante los frecuentes robos, a cambio de hacer el amor con las propietarias. Tampoco se quedan fuera de estas atenciones eróticas los reparadores de televisores, equipos de videos y música.

Es notorio el escándalo público que se produjo en el marginal barrio El Condado, cuando la esposa del hombre que cavó un pozo para el abastecimiento de agua en una vivienda particular, se presentó sin previo aviso en la casa beneficiada, porque alguien la alertó que su cónyuge cobraba en ese momento a través del pecado de la carne.

Las anécdotas respecto al ejercicio de este tipo de meretricio serían interminables. Los problemas materiales y nunca resueltos se han acumulado durante 50 años. Por su envergadura, rebasan la ficticia moralidad de la llamada Revolución Socialista.

Hay una falta generalizada de integridad ética entre los seres humanos, que componen la sociedad nacional actual. Se han educado por décadas en el ejercicio de una doble moral político-social, que es el caldo de cultivo imprescindible para que las prostitutas cubanas se localicen en todos los estamentos sociales.

Se hace una cuestión cómoda e inmoral incoarle a las publicitadas y evidentes “jineteras” todas las consecuencias negativas que para cualquiera sociedad siempre acarrean la existencia del comercio sexual. Los mecanismos de control social del sistema castrista obvian a propósito hacer alusión a estas meretrices que son las prostitutas temporales.

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